Melody, Katy Perry y la herencia lingüística del poder

Por Antonio Hoya

La cantante Katy Perry tiene raíces españolas. Como lo oyen. Al menos, eso sostiene con seguridad su supuesta prima, Melody, la sevillana que representó a España en Eurovisión 2025. Así, sin despeinarse, nos enteramos de que la niña que cantaba la canción de los gorilas también mantiene una estrecha amistad con Lady Gaga. Un árbol genealógico pop que podría enredar hasta a Ana Botella, quien, si no es familia, al menos podría recibirlas con un “relaxing cup of café con leche” en la Plaza Mayor. Faltaría más. 

La escena, por surrealista que parezca, no desentona tanto con el estado actual del país. Porque mientras Melody se pasea por platós internacionales con su acentazo andaluz y su desparpajo, en política seguimos digiriendo el milagro: un presidente del Gobierno que sabe inglés. No solo lo chapurrea. Lo habla. Lo entiende. Lo utiliza. Y eso, en España, es casi motivo de celebración nacional. No exageramos si decimos que Pedro Sánchez es el primer presidente de la historia de este país que puede tener una conversación fluida en inglés sin recurrir a un traductor. 

Recordemos, por contraste, a José María Aznar, que, aunque dominaba el mapa geopolítico de las Azores, necesitaba ayuda para entender a sus homólogos. O a Mariano Rajoy, que ante una pregunta en inglés en una rueda de prensa simplemente resolvía con un ya mítico: “Bueno, no, hombre… no vamos a hacer…”, y pasaba al siguiente periodista, preferiblemente castellanoparlante. 

Este progreso lingüístico podría parecer anecdótico, pero no lo es. Durante décadas arrastramos un complejo de inferioridad idiomática, una especie de síndrome de frontera sur. En Europa, todos hablaban inglés menos nosotros. Íbamos con traductor a todas partes y, en el fondo, nos parecía normal. Porque aprender idiomas ha sido un lujo reservado a las élites: a los que estudiaban fuera, a los que tenían acceso a academias privadas y viajes al otro lado del Atlántico o del Canal. 

 Y, sin embargo, aquí estamos. Con un gobierno que se defiende en foros internacionales, con líderes que pronuncian climate change sin sudar tinta, y con representantes culturales como Melody, que sin esconder de dónde viene ni cómo suena, desfila con la cabeza bien alta por las alfombras que dan acceso al evento musical más famoso del mundo. 

Su acento, lejos de restar, suma. Es el mismo que encarnan personajes como Gloria en Modern Family o artistas como Rosalía, que lo convierten en marca. “Como en aquel anuncio de cerveza, donde la inteligencia artificial nos trae de vuelta a una Lola Flores que nos recuerda que no hace falta imitar a nadie para ser universal. Melody recoge esa herencia sonora: no neutraliza su identidad, la amplifica. 

Porque, además, Melody es puro core España: esa cultura nacional que se viraliza no por intentar parecerse a lo de fuera, sino por exagerar lo que somos. Por reírnos con lo kitsch, lo cañí, lo dramático, lo pop. Su desparpajo es nuestro algoritmo. Su acento es su algoritmo. 

Y sí, Eurovisión ya pasó. Melody no ganó. No quedó en los primeros puestos. Pero en el fondo, esa no era la batalla principal. Melody no ha ganado, pero nos ha ganado. Nos recordó que no hay que pedir perdón por sonar distinto, por venir de donde se viene, por ocupar espacio sin pedir permiso. 

Su canción quizás sea uno de esos estribillos que dentro de unos meses solo recuerden los eurofans más fieles. Pero la escena quedará: una diva andaluza hablando con naturalidad, desparpajo y orgullo en el mayor escaparate del pop europeo. No necesitó traducción porque ya hablaba el idioma universal del carisma. 

 Así que sí, que hablen de genealogías imposibles, de cafés con leche internacionales o de presidentes políglotas. Porque mientras algunos siguen arrastrando el trauma de ser el sur de Europa, Melody aparece, canta, improvisa y se come el mundo. Con acento. Con arte. Con poder. 

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