CANIBALISMOS: de los unos a los otros

YMAN BLOOM, SELF-PORTRAIT, 1948, ÓLEO SOBRE LIENZO, 72″ X 36″. COLLECTION OF DEBORAH AND ED SHEIN. PHOTO: JEFFREY NINTZEL.

El ceño fruncido, una arruga de asco entre nariz y boca, los hombros arrimados, incómodos. Hay temas que con su mera mención provocan una misma reacción de rechazo por su condición de tabú social, independientemente del papel que hayan tomado a lo largo de la historia y del comportamiento humano: incesto, tortura, necrofilia. En este caso, se trata sobre la antropofagia, más comúnmente conocida como canibalismo, el acto de comer (devorar, degustar, según el paladar de cada uno) a uno de la misma especie. 

A pesar de los intentos por muchos grupos de antropólogos a lo largo de la historia de desmitificar ritos y costumbres de pueblos indígenas, el imaginario popular occidental está marcado fuertemente en según qué problemáticas. Al nombrar la palabra “caníbal” la imágenes que surgen en la mente de forma automática suelen ser las de ritos africanos o aztecas en los que se sacrificaban pobres víctimas a “los dioses” (sobre qué dioses no se habla demasiado) o, más recientemente, casos reales como el de Jeffrey Dahmer o personajes ficticios como Hannibal Lecter. Se lo ve como un acto salvaje, inhumano, antinatural, cuando al contrario, si tomamos la repetición de una costumbre como aquello que define la naturaleza del animal, el acto de consumir la carne de una persona es tan normal como la poligamia. 

La realidad es que el canibalismo fue hasta relativamente poco una práctica internacional, con una fuerte influencia en el folklore y medicina europeas actuales. En la cultura occidental del día de hoy la carne humana provoca, aparte de miedo, asco, parcialmente porque se asocia a una inevitable infección de algún tipo. Esto es cierto en casos concretos como el de la comunidad Fore de Papúa Nueva Guinea, que se vio parcialmente afectada por el Kuru, una enfermedad degenerativa causada por el consumo de tejido cerebral. A pesar de ser una ocurrencia concreta ya que la absoluta mayoría de culturas que han practicado o practican actualmente la antropofagia no consumen cerebro, el Kuru en su momento fue uno de los argumentos que tomaron los jesuitas para villanizar la práctica caníbal en culturas originarias de Argentina y Brasil (los Tupíes y Guaraníes) mientras que al mismo tiempo en Europa se practicaba el canibalismo medicinal. En Europa, especialmente en Francia y países del norte, se consumía la sangre humana con el fin de tratar un abanico de enfermedades. La lepra se combatía bañándose en ella. Bebiéndola, llamado vampirismo medicinal, curaba la epilepsia, que también se trataba con un elixir compuesto por huesos humanos carbonizados, utilizado también para la artritis. Estas prácticas y especialmente el vampirismo serían los tratamientos, si no comunes, normales durante cientos de años, con registros tan tardíos como en 1747 de prescripciones de sangre “caliente y reciente”. La realidad es que tomando las mismas precauciones que con otro tipo de carne animal, la carne humana no supone un peligro para la salud. “Aunque muchos agentes patógenos tienen el potencial de transmisión de presa a depredador, las enfermedades transmitidas predominantemente por canibalismo son pocas ya que las condiciones epidemiológicas necesarias para su difusión se cumplen en muy pocos casos” (Antonovic, 2007) 

Esta categoría de antropofagia es una de las cuatro que propone el etnólogo Kenneth Himmelman. La segunda se trata del canibalismo por una cuestión de supervivencia, con ejemplos tan conocidos como el accidente aéreo de los Andes de 1972, en el que miembros de un equipo de rugby se vieron forzados a consumir los cadáveres de sus compañeros para no morir de inanición en la austeridad de la montaña. La tercera, el canibalismo practicado por “un impulso perverso y enfermo”, mejor definido por los anteriormente nombrados Dahmer y Lecter, que caminan entre la delgada línea entre la violencia y el deseo sexual. La última y seguramente más incomprendida, el canibalismo ritual. 

Un ejemplo de este último es la Eucaristía católica. Podría decirse que no se trata del mismo acto ya que no se consume tejido humano de forma directa, pero el consumo de la sangre y el cuerpo de cristo, antes de la reforma protestante del 1500, se comprendía de forma literal para los creyentes y no de manera simbólica. Algunos antropólogos defienden que la Eucaristía sirvió en la Europa cristiana como reemplazo a las prácticas paganas de canibalismo medicinal, cuando en realidad, esta práctica grecorromana permaneció fuertemente en paralelo. El catolicismo medieval contenía muchos elementos místicos que cruzaban el límite entre el consumo humano para fines medicinales y para fines espirituales, como es el caso del consumo del cuerpo (en vida o póstumamente) de los santos. Y es que como muchas otras prácticas compartidas entre europeos e indígenas americanos, la degradación y violencia impuesta sobre los segundos fueron una de las principales razones de la villanización de costumbres de los primeros. Se trata de un potencial malgastado; tras observar las similitudes entre culturas que a primera vista son irreconciliables en su diferencia, el castigo fue mutuo, con niveles de violencia distintos, como es obvio.  

Figuras políticas destacadas también formaban parte de este tipo de consumo. El rey Francisco I de Francia llevaba consigo una mezcla de mumia y ruibarbo en todo momento. Esta mumia, a menudo llamada “verdadera mumia“, era un líquido negro extraído de los nobles del antiguo Egipto cuyos cuerpos habían sido preservados con mirra, áloe, azafrán y otras especias. Se pensaba que la materia extraída de vírgenes embalsamadas era especialmente potente. 

Pero el canibalismo más tradicional, o lo que es el consumo directo de la carne (mayormente de tejido muscular como el de las piernas o los brazos, aunque también el consumo de órganos y otro tipo de tejidos) se llevaba a cabo por muchas culturas hasta hace tan sólo un par de siglos. Centrándonos en Latinoamérica, tenemos a los Guaraníes, los Wari y los Tupinambá/ Tupíes.  

Los Tupinambá fueron (y siguen siendo) uno de los grupos étnicos antropófagos más interesantes de la costa Este de Brasil. A pesar de los insistentes intentos de los jesuitas europeos, particularmente portugueses, de erradicar la gran mayoría de sus costumbres los Tupinambá eran un grupo caracterizado por su resiliencia. Inevitablemente la asimilación cultural no fluye siempre en la misma dirección, por lo que los jesuitas fueron incorporando algunas de las costumbres de los Tupíes en su día a día, desde rasgos sutiles como gestos o expresiones a características más reconocibles como la musicalidad y el vocabulario, cosa que enfureció a figuras religiosas como Pedro Fernandes Sardinha. Primer obispo de Brasil, fue uno de los principales promotores de la violencia que sufrieron los pueblos aborígenes de Latinoamérica durante el siglo XIV. En una expedición en barco sería capturado por los mismos Tupíes, quienes escucharon su intento de diplomacia que consistían en mayor parte de ostentar de su título como alto cargo en la jerarquía portuguesa como amenaza de que cualquier daño que se le hiciera agravaría la ira de Dios, y por lo tanto de la milicia europea. Irónicamente los Tupíes sólo consumían la carne humana de aquellos guerreros y/o enemigos que se resistían a la incorporación en la tribu, por lo que lo mataron de un golpe de mazo y se lo comieron después. Parte del equipo de expedición, tras ser testigos de cómo se llenaban el estómago con Sardinha, se incorporarían sin resistencia a la tribu. La resistencia, en este caso, era uno de los factores más importantes, si no el que más, para la práctica caníbal. La defensa de los principios y por lo tanto de la individualidad le otorgaba al enemigo el valor de ser “el otro”, “el de afuera”: la otredad.  

Por norma general, después de su captura, los Tupíes hacían vida con el enemigo, quien vivía con ellos aproximadamente un año, en algunos casos empezando una relación con una mujer del grupo. Necesitaban absorber al otro como una forma de renovación y revitalización de la sociedad Tupí, una otredad atrayente y que debían atraer, para no arriesgar la obsolescencia. Como muchas otras comunidades en todo el globo, los Tupíes reconocían el peligro de cerrar excesivamente la diversidad de sus grupos. Lo cual en muchos otros casos se traduce en incluir extranjeros o enemigos para aumentar la diversidad genética mediante el sexo, en este caso también se consideraba el canibalismo como la vía en que las cualidades de la persona entraba en la comunidad. 

Los registros del renombrado etnólogo y antropólogo Claude Lévi-Strauss Le cru et le cuit (París, 1964) sirven para arrojar un poco de luz sobre las costumbres entre estos pueblos aborígenes desde un punto de vista más objetivo o al menos alejado de la influencia jesuita. En ellos, comenta el fuego como uno de los elementos más importantes en la cultura Tupí, quienes asociaban el canibalismo con la cocina de manera casi inseparable. Cocinar y comer al enemigo era considerado un favor, ahorrándole el destino de pudrirse en la tierra húmeda y viva del Amazonas. el consumo de la carne también estaba ligado con absorber la valentía del enemigo; el cuerpo se aprovechaba. Se guardaban los huesos más grandes, de las piernas y brazos para la creación de flautas, y otros tejidos como cabello también se utilizaban en otras piezas de artesanía. Nada se malgastaba, y a pesar de que el cuerpo pasase a ser carne o materia, no se trataba de un acto deshumanizante. Al contrario, ¿qué más adecuado para el enemigo, que cortaba manos y torturaba con sus armas a niños, mujeres y hombres por igual en nombre de Dios, que darle utilidad a su cuerpo? La violencia permeaba cualquier interacción entre europeos e indígenas; podría decirse que el acto de canibalizar a los valientes y de darle cobijo y comunidad a los cobardes opacaba el salvajismo de los jesuitas, sumándole el respetuoso acto de incorporar sus restos en su cultura. 

Posiblemente el grupo Wari, una subcultura de los Tupíes, haya sido el que le otorga a la antropofagia uno de los significados más preciosos. Tenían un complejo sistema de creencias, consumiendo tanto a los otros (enemigos de fuera de la tribu) como a ellos mismos en base al concepto que determinaba muchas de sus otras costumbres: el jam, interpretado como espíritu, el alma, la imagen o esencia de toda criatura. El proceso de matar, cocinar y comer era una fuerza que cambiaba el jam. En cualquier punto de este ciclo, los papeles entre presa y depredador podían intercambiarse, otorgando a todas las criaturas una dinámica equilibrada. La transformación era un punto clave, un baile en el que el liderazgo podía cambiar de forma natural y sincronizada. 

Como el resto de los Tupí y los Guaraníes, los Wari también llevaban a cabo guerras de venganza que acaban en rituales caníbales. Según la etnóloga Aparecida Vilaça, en una de ellas los Wari encontraron el cuerpo de uno de sus guerreros asesinado por los enemigos y tras llevarlo a casa lo comieron. De no haberlo hecho, el cuerpo intacto y enterrado hubiese estado marcado para siempre por los enemigos, “el otro”. En el acto de comer, se le devolvía a la esencia de sus amigos, su familia y su hogar. En este caso, la otredad era una marca. 

Con el paso del tiempo, la práctica antropófaga fue perdiéndose, a pesar de hacerse un uso de forma literaria como metáfora, jugando un papel importante en los círculos artísticos y literarios brasileños durante gran parte del siglo XX. Para Oswald de Andrade (1890–1954), figura clave del modernismo brasileño de la década de 1920, la antropofagia era la única verdadera filosofía brasileña. Los principios de Andrade, que resumiría en su Manifiesto antropófago (1928) defendían una “ingestión crítica” de la cultura europea y la reelaboración de sus tradiciones en términos brasileños, a modo de subversión de la violencia sistémica que se había llevado a cabo en el territorio Sudamericano durante los pasados siglos. Pero aparte de este tipo de renacimiento del canibalismo, se trata de un acto reservado para comunidades semi extintas y asesinos en serie.  

Si bien la violencia inherente tanto por parte de los aborígenes así como de los colonizadores conforman una de las etapas más sangrientas de la historia, puede aprenderse mucho de las diferentes prácticas culturales que a día de hoy están casi totalmente perdidas o han sido malinterpretadas por el imaginario cultural occidental. El concepto de individualidad, otredad y equilibrio de los Tupinambás es una problemática rica y valiosa que podría arrojar luz sobre cómo concebimos en la actualidad la muerte, el consumo, el respeto y la comunidad. 

BIBLIOGRAFÍA

Rhodes, M. (2021, 23 octubre). A History of Medicinal Cannibalism: Therapeutic Consumption of Human Bodies, Blood, & Excrement in “Civilized” Societies. DIG. https://digpodcast.org/2020/07/12/medicinal-cannibalism/ 

Perusset, M., & Rosso, C. N. (2009). GUERRA, CANIBALISMO Y VENGANZA COLONIAL: LOS CASOS MOCOVÍ Y GUARANÍ. Memoria Americana. 

Budasz, R. (2005). OF CANNIBALS AND THE RECYCLING OF OTHERNESS (Vol. 58). The Author. 

Deixa un comentari