Es viernes, lo cual significa que es el día de la semana que me toca pasar la mañana en el taller de joyería como alumna asistente. Normalmente soy bastante flexible con el horario de cierre a las 14:00, ya que como el resto de las personas que asisten al taller abierto, yo también me encuentro casi siempre escasa de tiempo. Pero ahora este no es el caso, hoy tengo prisa. Hace media hora que empezó la charla de la joyera alemana Felicia Mülbaier en la sala de actas, y tengo ganas de unirme lo antes posible. Después de una breve explicación de por qué voy tan apurada a modo de disculpa a mis compañeras que están en el taller, cierro la puerta y bajo a la sala de actos donde está llevándose a cabo el evento. Cuando entro, la sala está totalmente oscura menos por la luz azulada que desprende el proyector con las diapositivas. Las alumnas de primero de joyería -con las que suelo coincidir en el taller a estas horas- están sentadas al frente, atentamente escuchando tanto a Felicia como a la mujer con la cual va turnándose al hablar para que vaya traduciendo al catalán lo que ella dice en inglés. Siendo lo más silenciosa posible, me siento en la última fila de las sillas, saco mi bolígrafo y mi cuaderno y me preparo para apuntar todo lo que no quiera olvidar.
Pese a ser joyera, Felicia Mülbaier trabaja principalmente con el lapislázuli, manipulándolo a una escala mucho más pequeña de lo acostumbrado cuando se piensa en trabajar con piedra. Durante la hora y media de su charla, Mülbaier habla acerca de su proceso de trabajo tanto dentro como fuera del taller. Dice que empieza y acaba cada sesión de trabajo con un rato dibujando, esto le permite acallar el ruido que trae del mundo exterior, preparándola para entrar en diálogo con la piedra. Explica la base de un proyecto en el cual se dedicó a hacer ganchillo durante todo su trayecto diario de casa al trabajo en la universidad donde daba clases para poder pagar su alquiler, su taller y otros gastos que la creación artística por su cuenta no siempre cubre. Cuenta al participar en una exposición colectiva en Polonia, decidió trabajar únicamente con otras mujeres, como manera de posicionarse en contra de las recientes políticas machistas del gobierno del país. Revela que a veces quita la parte más llamativa de una piedra antes de decidir qué hará con ella, puesto que no quiere que las normas de la belleza convencionales la condicionen demasiado. Hable de lo que hable, por encima de todo queda muy clara una cosa: Felicia trata el material con el que trabaja con un sentido constante de curiosidad, respeto y cariño que es su guía definitiva en todo lo que hace con él.
En lugar de entrar al taller con una idea concreta que quiere llevar a cabo con su materia prima, Mülbaier explica que se deja llevar por la intuición, siguiendo los caminos que la propia piedra le indica cuando empieza a poner sus manos y herramientas sobre ella. Este tipo de trabajo intuitivo, sin duda, requiere un elevado nivel de sintonía con el material que se tiene a mano, una disposición que va más allá de imponer las ideas de la mente sobre el material, como lo dicta el actual paradigma que se sostiene en muchos casos entre artista y cosa. En su lugar, Mülbaier le pide a la piedra que sea partícipe en un ciclo de reciprocidad mutua a forma de conversación. Quizás por eso se abstenga por completo de empezar con una idea preconcebida antes de tocar la materia, porque sabe que, al entrar en diálogo con esta, muy probablemente le comunique cosas que no podría haber sabido antes. Por muy esotéricas que estas reflexiones puedan parecer, Mülbaier no está sola en el mundo del arte con ellas. De hecho, su metodología recuerda a la corriente filosófica de los nuevos materialismos, en la cual se observa, reconoce, acepta y abraza el papel esencial y simbiótico de la materia con el mundo humano.
Entre las pensadoras de esta rama se ubica la investigadora Laura Tripaldi, que en su libro Mentes Paralelas: Descubrir la inteligencia de los materiales proclama que «Cada vez que entramos en relación con un nuevo material, construimos un espacio físico de interacción mutua que modifica el mundo que nos rodea y nos abre a la posibilidad de modificarnos a nosotros mismos a su vez.» A primera vista, puede parecer totalmente contraproducente conceder a los objetos inanimados tanto protagonismo en el trabajo artístico que se desarrolla, pudiendo interpretarse como una limitación de los deseos individuales. Sin embargo, autoras como Tripaldi llaman a explorar las posibilidades que pueden surgir de reconocer esta importancia, incluso de cambiar el paradigma completo que jerarquiza las existencias con la humana por muy encima de todas las demás. Invita a reconocer cómo quizás la importancia de la materia ya estaba ahí, solo que había sido hecha invisible por la constante imposición de nuestros conceptos intelectuales sobre ella. Otra figura dentro del campo de los nuevos materialismos, la filósofa y física Karen Barad, profundiza esta afirmación al decir que «La existencia no es un asunto individual. Los individuos no preexisten a sus interacciones; más bien, los individuos emergen a través y como parte de su enmarañada intra-relación». Barad aquí ya no se refiere a la reciprocidad entre humano y materia a la hora de crear, sino que reivindica esta importancia de escucha y participación hacia aquello no-humano como comprensión fundamental para el entendimiento de la vida en sí. Reconocer nuestra pequeñez como humanos de esta manera no es nihilista, más bien es inspirador en el sentido de que nos da la capacidad de ver que somos parte de algo mayor mucho más complejo y, me atrevería a decir, mágico. Entonces, nos sentiremos más apoyadas si aceptamos que la inteligencia no es una característica única y exclusivamente humana, sino que los demás seres poseen la suya propia también- a la cual podemos acceder con una disposición de escucha atenta.
No son solo las académicas de los nuevos materialismos quienes han hecho un llamamiento a revalorar los entes que suelen pasar desapercibidos. Desde distintas ramas, son varias las autoras que siguen reclamando prestar más atención a la interconexión que mantenemos no sólo con otras personas, sino también con otros seres. La escritora xicana Gloria Anzaldúa nos relata como «Cada una de nosotras somos las guardianas de nuestras hermanas y hermanos; nadie es una isla ni lo ha sido nunca. Cada persona, animal, planta, piedra está interconectada en una simbiosis de vida y muerte. Cada uno de nosotros es responsable de lo que ocurre calle abajo, al sur de la frontera o al otro lado del mar.» Anzaldúa, en este caso urge a que la gente se comprometa y sea consecuente en sus acciones con respecto a cómo pueden afectar a los demás -humanos o no- y que cuestionen la creencia de que se puede verdaderamente hacer algo de manera totalmente individual. Es la mentalidad individualista que nos engaña a creer que nuestras acciones sólo nos afectan a nosotras y que, por lo tanto, las de los demás no deberían incumbirnos. Este tipo de pensamiento puede parecer que nos libera de un estrés innecesario a corto plazo, pero no hace falta mirar mucho más lejos para ver cómo también puede provocar que la gente no quiera velar por los derechos de nadie más que por los suyos propios. Entonces, el aterrador aumento de las mentalidades intolerantes y del racismo, el machismo, el clasismo y la homofobia no debería sorprendernos, como tampoco la ilusión de que cualquiera de estas cuestiones previas puede combatirse por sí sola, aislada del resto. La conexión que Anzaldúa quiere que veamos entre nosotras como seres humanos y entre los seres humanos y otros seres entonces no es más que un manifiesto de por qué la interseccionalidad no es un bonito complemento sino un principio primordial de cualquier en la lucha por cualquier causa social.
Los pensamientos de los nuevos materialismos fácilmente conviven con los de Gloria Anzaldúa, de forma paralela y conectada- como ambas líneas de pensamiento lo afirmarían. Desde su perspectiva xicana y lesbofeminista, Anzaldúa afirma que estamos conectadas con todo aquello que existe, y por lo tanto responsables tanto de su bienestar como ellas del nuestro, los dos vinculados de forma inseparable. Esta corriente se puede llevar a terrenos de teoría de género, como lo hace la autora Susan Stryker, que en su monólogo titulado My Words to Victor Frankenstein above the Village of Chamounix: Performing Transgender Rage afirma que «No me avergüenzo… de reconocer mi relación igualitaria con el Ser material no humano; todo surge de la misma matriz de posibilidades.». En esta pieza, interpretada a modo de conferencia performativa, Stryker propone que las personas trans se reapropien de la cosificación que se ha hecho desde la centralidad a sus cuerpos –entendiendo “cosificación” literalmente, refiriéndose al estatus infrahumano con el cual muchas veces se ha maltratado a personas de este colectivo- al igual que las lesbianas se han apropiado de la palabra dyke y los gays de faggot. Acercarse a lo no-humano, en este caso, es su mecanismo de defensa que desarma la base del argumento tránsfobo que se ha lanzado hacia la autora y tantas otras personas trans. Le deshace todo el sistema de creencias a la transfobia, dejándolo sin sentido en ningún caso, hasta en lo más básico.
Desde el ámbito de las artes plásticas, estas teorías se pueden encarnar en la forma que se desarrolla un proyecto. La artista interdisciplinar Paula Bruna adopta esta actitud de igualdad con lo no-humano de una manera un poco extrema, activando esta escucha hacia el material más literalmente. El proyecto Embolismo por soleá concluye con la creación de un álbum de música flamenca basado en las grabaciones de árboles sufriendo embolismos a causa de una larga sequía. Con esta propuesta, Bruna va más allá de ser respetuosa con la materia a la hora de cocrear junto a ella, sino que obliga a su público a tomar esta misma consciencia: resulta casi imposible oír el llanto de las plantas sufriendo la disecación sin sentir una ola de tristeza. Encarnar esta mayor conciencia de nuestra interconexión aporta muchas cosas positivas, pero también puede ser bastante dolorosa, sin duda. Aunque no lo parezca, esto no tiene por qué ser una cosa mala, más bien al contrario: sentir la tristeza que produce oír a estos árboles nos alerta del sufrimiento ecológico de una manera que, quizás como humanos, aún no podemos percibir. Tomar consciencia de esta intrincada red de la existencia y del efecto dominó que cada acción tiene sobre todos los demás seres hace que cobre sentido lo que dice Felicia Mülbaier al afirmar que escucha al lapislázuli antes de hacer nada con él. Entiende que, una vez empiece a interferir con este, no solo lo cambiará para siempre, sino que el lapislázuli también la cambiará a ella, y por eso no se lo toma a la ligera.
Bibliografía
ANZALDÚA, Gloria. Acts of Healing. ANZALDÚA, G. MORAGA, C. (4º ed.). This Bridge Called my Back. New York: State University of New York Press, 2015, p.xxvii-xxviii.
BARAD, Karen. Meeting the Universe Halfway: Quantum Physics and the Entanglement of Matter and Meaning. Durham: Duke University Press, 2007.
BRUNA, Paula. Embolismo por soleá. 2023.
Felicia-muelbaier.com [en línea] [consultado: 8 abril 2025]. Disponible en internet: felicia-muelbaier.com
STRYKER, Susan. My Words to Victor Frankenstein above the Village of Chamounix: Performing Transgender Rage. 1993.
TRIPALDI, Laura. Parallel Minds: Discovering the Intelligence of Materials. Falmouth: Urbanomic, 2022.
