Por Oscar Morales
Me esforcé al máximo. Era un proyecto en el que me había dejado la piel. Pensaba que estaría realmente valorado. Pero, como siempre, quedó por debajo de lo esperado. Hice una mueca sin querer, y la profesora me miró: “¿No te parece bien?”. Le respondí sin pensar: “Es que ya sé que no se puede hacer nada. Rúbrica. La asesina del arte.”
Ella se quedó callada. Yo también. Pero ambos sabíamos de qué estaba hablando.
Porque en los proyectos artísticos, cuando trabajas codo con codo con el profesor, cuando hay un vínculo real y una evolución compartida, el juicio final no llega desde ese lugar cálido, implicado, humano. Llega desde otro plano: frío, mecánico y estandarizado.
Desde la dichosa rúbrica.
La rúbrica exige objetividad: puntos por formalización, calidad fotográfica, asistencia, maquetación, orden en la exposición, documentación del proceso en formato memoria. Categorías que intentan medir lo inmedible. Como si la fragilidad, la duda o el coraje pudieran puntuarse del 1 al 10.
Eso es lo indignante. Que todo el esfuerzo, la intuición, el error, el cansancio, la chispa… acabe tamizado por un filtro neutro, diseñado para evaluar sin pensar. Como si el arte tuviera que caber en un marco estándar para poder ser reconocido. Como si solo fuera válido lo que se puede justificar con criterios externos.
Y no. La rúbrica no mide el arte. Mide la capacidad de ajustarse a un formato. De simular excelencia según unos parámetros repetibles. Y en ese sentido, se convierte en su asesina silenciosa y traidora.
Vale. Ahora vamos a analizar una rúbrica real para evaluar proyectos. Oficial. No es inventada. Está en uso.
Veamos algunos de sus apartados y pensemos por un momento si esto evalúa un proceso vivo o más bien un informe técnico. Tan solo los más candentes a mi parecer.
“Documenta el procés metodològic, argumentant les decisions preses.”
¿Qué pasa cuando las decisiones no se argumentan porque aún no se entienden? ¿Qué pasa cuando el método aparece después del gesto, no antes? Esto penaliza cualquier proyecto que no se pueda narrar con un proceso lineal.
“Esquematitza les fases de desenvolupament del projecte.”
Hay proyectos que no funcionan por fases. Hay intuiciones, errores, vueltas atrás, momentos donde todo se desarma y luego aparece otra cosa. Si no encajas en este esquema, no cumples.
“Justifica la viabilitat tècnica i conceptual del projecte.”
A veces la viabilidad no es el centro del proceso. De hecho, muchas veces lo potente aparece cuando algo no es viable y se sostiene igual. Pero esto no entra en la rúbrica.
“Té cura de la qualitat fotogràfica i documental del projecte.”
Aquí se te exige que pienses en la foto antes que en el gesto. Que valores la luz, el encuadre, la cámara. Además cuando te ves envuelto en un frenesí artistico, no puedes detener el proceso para montar el set de fotografía, eso le quita toda la gracia.
“Mostra autonomia en la gestió del temps i planificació.”
No se permite perderse. No se contempla el colapso como parte del proceso. No hay espacio para el desfase, detenerse para pensar. Solo cuenta la planificación y llegar con material nuevo a la tutoría.
“Argumenta el posicionament ètic i estètic en relació amb el context.”
Esto parece justo. Pero cuidado: lo que se pide es una argumentación formal, no una vivencia. Puedes sentir que algo es éticamente necesario, pero si no lo explicas en términos aceptables, no vale. Se premia el discurso, no la decisión.
En uno de mis proyectos, improvisé una acción la cual duró cinco minutos. No la fotografié. No había tiempo, ni nadie allí salvo yo y el espacio. Fue real, pero dada su escasa documentación, no. En la rúbrica eso no puntúa. En la rúbrica eso no se contempla.
He visto compañeras que cambiaban sus ideas a mitad de proyecto solo para poder justificarlo mejor en la rúbrica. He hecho lo mismo. Hemos aprendido a explicar mejor que a hacer. Me pregunto cuántos proyectos verdaderamente potentes de otros alumnos han sido asfixiados por no encajar en estos parametros. Cuántos estudiantes han intuido que lo que hacían tenía valor, pero se han visto obligados a cambiar de parecer. A rellenar casillas. A justificar lo inexplicable.
La rúbrica no es una herramienta pedagógica: es una herramienta de control. Sirve para facilitar la corrección, para estandarizar la evaluación, para protegerse frente a lo subjetivo. Pero en arte, lo subjetivo no es un error. Es el medio.
No digo que no haya que evaluar. Digo que no todo puede ni debe medirse igual. Que hay formas de acompañar procesos sin mutilarlos. Que no todo lo valioso encaja en una cuadrícula. Que a veces, el criterio más honesto no está en un documento, sino en el vínculo, en la conversación, en la sensibilidad del que acompaña.
Porque si no, lo que estamos enseñando no es a crear. Es complacer.
Sé que hay profesorado que se lo toma muy en serio. Que adapta, escucha, interpreta. Pero también sé que, cuando hay dudas, gana la rúbrica. Y eso genera un tipo de miedo a no cumplir con los criterios, pero tiene que haber espacio de confianza.
No sé si hay otra forma. Pero sí sé que esta nos deja en silencio. Que muchos proyectos que valen la pena no llegan a mostrarse. Que muchos estudiantes acaban produciendo lo que creen que toca. No quiero que se eliminen los criterios. Quiero que se escuchen las excepciones. Sé de buena tinta que muchos profesores exprimen y fuerzan la rúbrica para poder ajustarla más al alumno, pero existen otros muchos que se aferran a ella como a un clavo. Desde aquí animo a ese porcentaje indeciso que se deje llevar, al fin y al cabo también son artistas. Que se entienda que hay piezas que no se justifican en un archivo, pero que son más honestas que muchas otras perfectamente rubricadas .Quizá no es que la rúbrica mate el arte. Pero sí puede asfixiarlo si no se afloja cuando hace falta. Y lo que se asfixia, a veces, ya no vuelve.
