Los microrracismos son racismo

Por Solangie Dota Torres

No es una sorpresa para nadie que España es un país racista, tanto social como política e institucionalmente hablando. Con solo escuchar los discursos de ciertos políticos de diferentes partidos, hasta se podría decir que ellos mismos lo confirman y se retractan. Pero la responsabilidad no recae únicamente sobre quienes gobiernan: la sociedad española también reproduce el racismo en múltiples formas. Lo más alarmante es que esta discriminación ha llegado a un punto de normalización total. El racismo está presente en el habla cotidiana, en expresiones, chistes, prejuicios y estereotipos. Está presente en los hogares, en las escuelas, institutos y universidades, en entornos laborales, en espacios de ocio e instituciones públicas. Y sin darnos cuenta, el racismo vive en cada uno de nosotros, se expresa a través de nuestras palabras, actitudes y silencios.  

Para entender el racismo que hoy en día presenciamos, es importante reconocer de donde proviene y recordar y recalcar que el racismo no nació de forma natural, es decir, no es un pensamiento natural propio del hombre, sino que es una ideología creada por el hombre blanco europeo. Cuando Europa empezó a expandirse es cuando empezó a justificar la conquista, la explotación, la masacre, el genocidio y la violación causada en tierras africanas, americanas y asiáticas con la idea de las jerarquías raciales: situaba a las personas blancas europeas como la representación de lo civilizado y al resto como la representación de lo inferior y salvaje. Esta imposición de pensamiento solo es la justificación de terribles acontecimientos de la historia como la esclavitud, la colonización y siglos de discriminación y, aunque parezca una cuestión del pasado, estas ideas siguen vigentes y camufladas en la manera que nos han educado y, por lo tanto, en nuestra forma de ver y tratar a los demás.  

Esta herencia ideológica persiste tanto en las estructuras sociales e institucionales actuales, como también en lo cotidiano de la sociedad española actual. Aunque cierto es que España ha evolucionado en ciertos aspectos ideológicos, de derechos y visibilidad sobe este tema, el racismo no ha desaparecido, simplemente ha adoptado formas de manifestarse más sutiles, disfrazadas de normalidad. Es aquí donde encontramos los microrracismos, que no deja de ser racismo camuflado y mejor aceptado socialmente, aunque sigue siendo igual de discriminatorio. Podemos encontrar en el día a día lo que son pequeñas expresiones, gestos o actitudes que, aunque pasen desapercibidos o se consideran inofensivos, siguen siendo prejuicios y desigualdades raciales: “¿De dónde eres?”, “eres muy exótico /a”, “que bien hablas el castellano para no ser de aquí”, “vamos al paki”, “vamos al chino”,”trabajo como negro”, “me tienes negra”, “pero no me robes eh”, “es que vosotros sois…”, “yo no soy racista pero…”, y como estos comentarios, podríamos sacar cientos más. Y esta es la discriminación que sufren las personas racializadas a diario, se les cuestiona y se les juzga por su apariencia, su color de piel, sus características físicas y sus orígenes, sin ni siquiera saber su historia. 

Pero para la sociedad blanca española esto no es una cuestión que se tenga que tratar, porque nunca lo han sentido, ni les ha pasado, ni les pasará, porque inconscientemente, esa idea de supremacía blanca sigue presente. Y aún, en pleno año 2025, parece que cuesta entender que la civilización no se resume en una sola raza, ni en una raza superior ni una inferior, sino en la diversidad que existe y actualmente se extiende por todo el mundo, ya que la verdadera riqueza de la humanidad es su diversidad. Es entonces cuando de verdad me planteo esa evolución ideológica nombrada anteriormente, ¿de verdad estamos avanzando como sociedad? ¿O solo estamos reproduciendo de distintas maneras un pensamiento racista sin ser conscientes de ello?  

Esta misma reflexión me lleva al planteamiento de Paulo Freire en Pedagogía del oprimido, donde explica que cuando el opresor propone una ideología y esta es interiorizada por los oprimidos hasta el punto de que la defienden o la reproducen, no se está ante una sociedad libre. Es decir, las personas racializadas han perpetuado el pensamiento de inferioridad dando lugar a una normalización de discriminación por parte de la sociedad blanca europea, aunque diga haber avanzado, ya que el opresor (sociedad blanca europea) plantea la ideología y, los opresores (personas racializadas), acaban adoptando esa opresión como una identidad. Pero para Freire, existe la libertad del opresor y esta libertad no consiste en la repetición del pensamiento dominante, sino en su cuestionamiento, para él ser libre es tener la capacidad de desafiar las estructuras que nos rodean. 

En este caso, se debe analizar y cuestionar las estructuras de racismo, desigualdad y discriminación para empezar a hablar de una transformación real. Este punto es donde entra verdaderamente el significado de antirracismo, porque no es suficiente con identificar las diferentes formas en las que el racismo se manifiesta ni reconocer la historia de esta ideología, lo que es necesario, es adoptar una postura activa frente a esta problemática vigente. Desirée Bela-Lobedde en su libro Ponte a punto para el antirracismo, explica la importancia de este posicionamiento, ya que el racismo sigue siendo una estructura viva y para desmontarla es necesario estar activamente en contra. Por eso, el concepto del antirracismo propone el compromiso ético y político con la justicia social, lo que conlleva cuestionar privilegios, desaprender prejuicios y, sobre todo, actuar. 

El punto concreto a donde se quiere llegar es a entender que los grandes cambios comienzan con los pequeños gestos: en casa, en el aula, en el trabajo, en la calle, etc. Pero estos cambios deben de comenzar con el reconocimiento de la verdad incómoda que sigue vigente: el racismo existe y está presente sin ni siquiera ser percibido. Los microrracismos siguen siendo formas de racismo que deben ser señaladas para poder conseguir desmontar una ideología heredada que sigue viva. Por eso, corregir, reeducar, escuchar y desaprender deben ser formas activas con las que debemos comprometernos para lograr una sociedad realmente justa y transformar las estructuras que perpetúan la desigualdad racial. Hay que ser antifascistas, porque el no ser racista ya no es suficiente. Es hora de ser parte activa del cambio. 

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