Arquitectura y derecho a la vivienda: un equilibrio en disputa

Por: Amelia Àvila, Clara Gernaert y Lola Tuñí

Como estudiantes de diseño, queremos analizar la vivienda social, tomando como punto de partida la exposición Housing Standardisation, Who Designs Our Homes, presentada en el Centre Obert d’Arquitectura y comisariada por el Royal College of Art y la Pontificia Universidad Católica de Chile. En este ensayo analizamos cómo la arquitectura aborda el acceso a la vivienda, un derecho fundamental que, sin embargo, sigue siendo un reto. Centrándonos en los modelos de vivienda social en España y Suiza, y con Barcelona, nuestra ciudad, como caso de estudio, queremos responder una pregunta: ¿puede la estandarización arquitectónica ser una solución viable a la crisis habitacional, o termina perpetuando las desigualdades que pretende resolver? Mediante este ensayo, queremos hacer un análisis de la exposición, proponiendo un debate sobre el papel del diseño en la construcción de nuestras ciudades.

En España, la vivienda social está profundamente vinculada a la cultura de la propiedad. El sistema de Vivienda de Protección Oficial (VPO) proporciona viviendas a precios controlados, aproximadamente un 60% del valor de mercado, el inconveniente es que estas viviendas solo son accesibles por un tiempo limitado. Pierden su precio reducido después de 10 o 15 años, ya que dejan de estar reguladas y pasan a venderse en el mercado libre como cualquier otra propiedad, sin descuentos. Según el Instituto Nacional de Estadística, el 75% de los hogares son de propiedad privada, mientras que la vivienda social apenas representa un 3% del total. Este enfoque beneficia a los que pueden pedir un préstamo, pero deja de lado a los que están en una situación más difícil. En Cataluña, se han impulsado concursos arquitectónicos para mejorar el diseño de estas viviendas, estableciendo estándares como tamaños mínimos o espacios exteriores, pero la prioridad sigue siendo la reducción de costos antes que la creación de un sistema de alquiler público sólido.

Por su parte, Suiza adopta un enfoque basado en el alquiler y la gestión cooperativa. Sin un programa estatal centralizado, las cooperativas de vivienda (Genossenschaften) ofrecen alquileres asequibles —entre un 20% y un 40% por debajo del mercado— cobrando solo el precio de coste. Estas cooperativas son solo el 2,8% de todas las casas, pero funcionan bien porque les dan préstamos con intereses bajos y terrenos públicos a precios reducidos. Además, los futuros residentes suelen participar en el diseño de los espacios, lo que fomenta una conexión entre los residentes y su entorno. Aunque este sistema no incluye a toda la población, destaca por su enfoque comunitario, en contraste con la mentalidad individualista centrada en la propiedad que predomina en España.

La estandarización arquitectónica revela diferencias significativas, ya que los bloques de apartamentos de entre 70 y 90 metros cuadrados son los que predominan en España en el diseño de la vivienda social. Estos están diseñados para optimizar el espacio además de una adaptación al clima mediterraneo, que la vemos presente en ejemplos como Nou Barris en Barcelona. Es un diseño poco innovador y que presenta gran rigidez a menudo, pero que satisface la necesidad de construir de manera económica y rápida. Debido al Código Técnico de la Edificación, los criterios de sostenibilidad son introducidos, aunque frente a las exigencias del mercado su aplicación a menudo queda relegada. 

Los estándares principales que suelen seguirse en Suiza, se orientan hacia la sostenibilidad y adaptabilidad, además de ser viviendas que a diferencia de España, suelen superar los 100 metros cuadrados, incorporando diseños modulares que según las necesidades de los habitantes, permiten realizar ajustes. También se prioriza la eficiencia energética, utilizando materiales ecológicos como pueden ser la madera. De este modo se genera una diversidad arquitectónica alejada de la uniformidad de los bloques de España. De todas maneras, nos preguntamos si es viable esta flexibilidad en contextos que presentan recursos económicos más bajos, o si responde a las particularidades de un país con alta capacidad financiera. 

Ambos modelos son evidenciados por la cuestión de la accesibilidad. En España y concretamente en Barcelona, la especulación inmobiliaria y el turismo han afectado gravemente al acceso a la vivienda. El precio medio ha subido un 50% en la última década aún habiendo más de 10.000 pisos que se encuentran vacíos hoy en día. Aún siendo Suiza uno de los países con mercados inmobiliarios más caros de Europa, las cooperativas ofrecen una alternativa estable para la minoría. La estandarización, en este sentido, parece incapaz de garantizar el acceso universal si no se acompaña de políticas públicas más ambiciosas.

Más allá de la perspectiva técnica, nos planteamos la vivienda social como un dilema ético que nos inquietan como futuras diseñadoras. Un ejemplo claro de nuestra ciudad, Barcelona, podría ser 22@. Este es un proyecto que buscaba revitalizar un área industrial que se transformó en un claro foco de gentrificación. La arquitectura en estos casos corre el riesgo de convertirse en una herramienta de exclusión. En otros casos como pueden ser el Eixample contrastada con por ejemplo Sant Andreu, se podría sugerir que la uniformidad refleja y refuerza la desigualdad social.Y es así cuando nos preguntamos: ¿Hasta qué punto la estandarización mantiene la identidad de una ciudad, o la convierte en algo sin personalidad, solo funcional?

A través de este análisis hemos podido observar que los modelos de vivienda social en Suiza y España presentan enfoques distintos, pero aún así ambos nos presentan algunos aspectos que podrían aportar a la ciudad de Barcelona. La estandarización arquitectónica tiene un peso importante, pero está claro que necesita ir acompañada de debate sobre sus implicaciones culturales y sociales. En relación con el diseño de estas viviendas, se necesita que se dé voz a los residentes para que puedan definir sus propios espacios, y así buscar una mayor sostenibilidad y flexibilidad en las soluciones habitacionales. A su vez, es fundamental contemplar un enfoque más colaborativo entre lo que son las instituciones públicas y los diseñadores y ciudadanos, para así poder construir soluciones menos centradas en la rentabilidad. 

La observación de estos dos modelos nos permite evidenciar que no existe una respuesta única para la crisis de la vivienda social. Más allá de la estandarización arquitectónica, es clave repensar el diseño desde un punto de vista que priorice lo social sobre lo económico. El diseño tiene que ser un acto consciente que pueda cuestionar las dinámicas de mercados e indague la construcción de espacios más humanos y justos. En ese sentido, Barcelona tiene todo el potencial para poder liderar algún tipo de cambio, pero para esto hará falta que el debate se amplíe y se convierta en un proyecto colectivo que involucre a todos.

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