Renovarse o pudrirse dentro 

La vida en los edificios envejecidos de L’Hospitalet 

Por Cristina Moncayo Barba 

L’Hospitalet de Llobregat, primavera de 2025. En la calle Molí número 17 del barrio de Pubilla Cases, la señora Carmen, de 83 años, lleva más de 10 años esperando a que instalen un ascensor en el edificio en el que vive desde que emigró con su familia desde Andalucía con 14 años. Cada vez más, subir a la tercera planta (cuarta planta real, teniendo en cuenta que los pisos en las construcciones antiguas empiezan a contar desde el entresuelo) supone un esfuerzo titánico para ella. 

“Hace años que apenas salgo a la calle”, dice con una media sonrisa y un tono resignado, casi derrotado, señalando con la mano izquierda las muletas que usa para caminar desde que, de una mala caída en casa, se rompiera la cadera. “Cuando bajo porque no tengo más remedio, nunca sé si volveré a subir. Yo ya no tengo cuerpo para mudarme, he vivido toda mi vida aquí. Si vendo este piso, ¿a dónde me voy?”, se pregunta. 

La historia de Carmen no es la única. En L’Hospitalet de Llobregat, la segunda ciudad más poblada de Cataluña y la que tiene más densidad de población de toda Europa (con más de 280.000 habitantes en apenas 12 km², según el Institut d’Estadística de Catalunya) los edificios envejecen más rápido que los presupuestos públicos para mantenerlos. 

Según datos oficiales del “Pla Local de l’Habitatge de L’Hospitalet de Llobregat 2024-2030”, publicado por el mismo ayuntamiento de L’Hospitalet en febrero de este año, el 72% de las construcciones de la ciudad se edificaron entre los años 1960 y 1980, el 30% de las viviendas familiares existentes se encuentran en edificios de cuatro plantas o más sin ascensor, y el 40% de los edificios en la localidad nunca han sido rehabilitados. Ya no solo hablamos de la falta de ascensores, sino de edificios que presentan humedades estructurales, instalaciones eléctricas obsoletas, problemas de aislamiento térmico y acústico, o incluso grietas que asustan a simple vista. 

Tengamos en cuenta que Hospitalet fue una ciudad de origen agrícola con apenas 5000 habitantes que tuvo que construirse a sí misma a toda prisa para acoger a la ola migratoria que llegó del resto de España en busca de trabajo y una vida mejor durante la segunda mitad del siglo XX. Medio siglo después, esas mismas paredes acogen a quienes ya no pueden irse. 

En la calle Mas, en el barrio de la Florida, vive Jorge, de 57 años, con su madre de 91. “La humedad sube por las paredes como si el piso estuviera vivo. A veces parece que respira”, bromea, aunque sin rastro de humor. El baño no tiene ventilación y las cañerías tienen más años que él. “Cada vez que llueve fuerte se nos va la luz”. 

La comunidad de vecinos del edificio pidió ayuda hace años al Ayuntamiento, pero el presupuesto municipal no da abasto. Las ayudas a la rehabilitación llegan, sí, pero tarde, con exceso de burocracia, y requieren que la comunidad pueda adelantar el dinero. En muchos casos, como el de Jorge, eso es inviable. 

Una reforma de fachada y estructura en un bloque de cinco plantas sin ascensor puede llegar a costar mucho dinero. Aunque el gasto se dividiera entre los vecinos, sigue siendo inasumible para las muchas familias de clase obrera que sobreviven con pensiones mínimas o sueldos precarios en la ciudad. 

L’Hospitalet ha sido durante décadas una ciudad en clara expansión, económica, urbanística y social. Pero este modelo de ciudad se ha realizado demasiado deprisa y sin una planificación a largo plazo. La ciudad ha crecido en vertical y a lo loco. La falta de suelo, sumada a una política urbanística centrada en macroproyectos (como la Fira, el Districte Econòmic o la Plaza Europa), ha dejado fuera a los barrios residenciales más envejecidos. 

A toda esta situación es difícil verle un desenlace optimista, por lo menos a corto o medio plazo, ya que uno de los principales obstáculos en la mejora urbanística en Hospitalet es la carencia de un ente instrumental unificado y coordinado para el desarrollo de las políticas de vivienda. No hay un área unificada en esta materia y esto dificulta enormemente el desarrollo de cualquier plan de mejora y rehabilitación. 

Las competencias urbanísticas están repartidas entre el propio Ayuntamiento, la Generalitat y en parte el Área Metropolitana de Barcelona, lo que complica la coordinación. Mientras tanto, la ciudad sigue envejeciendo. Y con ella, sus habitantes más vulnerables. 

El drama de la vivienda en Hospitalet no es solo físico. Es emocional. Muchas personas mayores que viven solas lo hacen en pisos deteriorados no solo por falta de alternativas, sino porque esos pisos son su historia, su vida, su arraigo. 

Desarraigarlas sería romper su identidad. Pero mantenerlas en condiciones precarias también es una forma de violencia estructural. Las personas vulnerables están atrapadas entre paredes obsoletas de las que no pueden irse. 

El artículo 47 de la Constitución Española reconoce el derecho a una vivienda digna y adecuada, pero no concreta mecanismos claros para garantizar la rehabilitación de edificios en ciudades como Hospitalet. La brecha entre el discurso político y la realidad de los barrios es evidente. 

Mientras las instituciones los olvidan, Carmen sigue subiendo su escalera. Jorge sigue secando la humedad del baño de su casa. Solo espero que más allá de los grandes rascacielos y de la “transformación” urbana de la que tanto presume el ayuntamiento, podamos evidenciar que detrás de esa fachada moderna, urbanita y tecnológica existe una ciudad real, de carne, hueso y ladrillo viejo, que se cae a pedazos. 

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