El Terreno Soñado y el Vecino “Enchufado” 

Un largo camino para encontrar un nuevo lugar donde echar raíces. 

Por Dani Colom del Arco

Perseverancia, esfuerzo y amor, fueron los pilares en la relación de Florencio y Encarna. Desde sus raíces andaluzas a la construcción de su hogar actual, su camino está marcado por decisiones complicadas, desafíos económicos y el deseo constante de conseguir la estabilidad.   

Florencio proviene de un pueblo llamado Iznatoraf, situado en Jaén, en la comarca de Las Villas, dónde aún residen uno de sus hijos y algunos primos. Encarna, por otro lado, nació en Zaragoza, no obstante, también tenía profundas raíces andaluzas, ya que sus padres también eran originarios de Jaén. 

El camino de los dos se cruzó en Cataluña, adonde Encarna se mudó a los 13 años. El destino decidió unirlos en Almacelles, un pueblo de la provincia de Lleida, en la comarca del Segrià, donde Florencio se mudó al acabar el servicio militar junto a su madre y hermana Luisi, fue allí donde empezaría a tontear con ella.  

El inicio de su relación fue peculiar, marcado por una amistad que ella tenía establecida con la prima de él, la “Tía Mari” y con su hermana. En esos encuentros casuales en la casa de su amiga, la relación inicial no fue precisamente un cuento de hadas, parecía que ellos dos se tuviesen hasta cierta “tirria” mutua. No obstante, como suele suceder, “los polos opuestos se atraen”, dice Encarna. 

No tardaron en empezar a salir y Encarna, a los 16 años, dio a luz a su primera hija, Noelia, seguido de su segundo hijo Daniel. Terminaron casándose con los dos hijos ya nacidos, estableciéndose su primer hogar en la planta baja de la casa de los padres de ella, una vivienda de dos pisos y una planta baja. Reformaron el espacio, que describen como un “cuchitril”, también crearon la cocina, dormitorio y la sala de estar. Durante los siguientes diez años vivieron allí sin complicaciones y “de gratis”, según Florencio. Pasado unos años, cuando su hija pasó a tener 9 años, se mudaron al primer piso, reformándolo todo en el proceso. Este cambio de residencia ocurrió cuando los antiguos inquilinos que tenían alquilado el piso del medio se marcharon.  

Con el tiempo, surgió un deseo de independizarse y tener una propiedad, empezando por querer comprar el piso en el que estaban viviendo. Sin embargo, el padre de Encarna se negó, argumentando que tenía cuatro hijos y no consideraba justo venderles la propiedad mientras el resto de los hermanos estaban de alquiler. A pesar de ser la “niña bonita” de papá, la venta no se realizó. 

Después de la negativa de Saturnino, el padre de ella, decidieron buscar algo propio, mirando casas que estuviesen en venta. Buscaron una casa detrás del “Mesón” y consideraron apuntarse en los pisos de protección oficial que se habían construido, en “La Mariola de Almacelles”. No obstante, mudarse tan lejos de sus padres generaba tristeza y un sentimiento de melancolía en Encarna, prefiriendo quedarse en su “barriada” donde había vivido desde los 13 años. En ese momento recordaron el terreno que tenían en frente de donde vivían, un lugar que describen como un descampado con una “chabiloca” y un corral.  

Durante los siguientes tres años, estuvieron detrás de los propietarios de los terrenos, que inicialmente pedían 5 millones de pesetas (unos 30.000 euros de la época, y que estiman serían unos 80.000 euros en la actualidad). Empezaron las negociaciones entre la pareja y los propietarios, que durarían más de un año. Durante este tiempo, estarían en un tira y afloja constante, donde intentarían hacer que les rebajase el precio original a 3 millones de pesetas. Después de una llamada telefónica un poco acalorada, consiguieron que les rebajasen el precio al que ellos querían. 

La compra del terreno se formalizó ante notario, consiguiendo que la propiedad pasase a su nombre. Para pagar, pidieron un préstamo personal de un millón de pesetas, sumado a otro millón que les dejó el padre de Encarna y otro millón que tenían ahorrado.  

Después de haber pagado, decidieron empezar a construir su nuevo hogar, reformando la “chabola” que ya había en el terreno. La construcción llevó unos dos años, realizándose a medida que disponían de recursos económicos. Los cuatro integrantes de la familia aportaban dinero con sus trabajos que tenían en aquella época: recolectores de fruta, constructor y cocinera.  

Para sorpresa de muchos, no encontraron grandes trabas burocráticas, obtuvieron el permiso de obras en el ayuntamiento con mucha facilidad. Sin embargo, al tratarse una reforma, necesitaron a un aparejador en lugar de un arquitecto. El proceso lo siguió muy de cerca, creando varios planos para entender todas las reformas que debían hacer.  

Hacia el final de la construcción de su nuevo hogar, el aparejador intentó cóbrales de más y estafarles, generando un pequeño conflicto que no llegó a mayores, ya que terminó cediendo y firmando el documento para declarar oficialmente la finalización de las obras.  

Después de concluir las obras y amueblar la nueva vivienda, surgió la oportunidad de adquirir un terreno adyacente que pertenecía al ayuntamiento. Inicialmente, se vendía por un precio de 600.000 pesetas (unos 3.600 euros de la época). Desgraciadamente, debido a las limitaciones económicas que tenían en ese momento, decidieron no comprarlo. 

Unos años más tarde, el terreno pasó a subasta pública, en el que la pareja decidió participar ofreciendo un millón de pesetas. Después de estar en un “rifirrafe” con una conocida de ellos (la cual no se revelará su nombre por privacidad) que se sospechaba que tenía cierto “enchufe” en el ayuntamiento, ya que siempre participaba en reuniones y estaba “metida en el ajo” afirma Florencio. Creen que esta señora consiguió información privilegiada por parte del ayuntamiento, puesto que “vaya casualidad que ofreciese 10.000 pesetas de más, unos 60 euros, y se quedase directamente con el terreno en su totalidad” dice Encarna. Esta situación les generó bastante frustración y rabia, ya que esta mujer, en la actualidad, solo vive 2 meses del año allí, mientras se pasa el resto del año en su chalet en las afueras de la localidad.  

En la actualidad, las tensiones con esta persona han bajado y ellos consideran que se llevan “bien”, habiendo sido invitados algunas veces a comidas que organizan e incluso ofreciendo la posibilidad de celebrar el bautizo de su nieta en el terreno que había comprado de forma “poco ética”.  

Después de haberse conseguido establecer y estabilizar económicamente, con la jubilación de Florencio y con Encarna trabajando todavía, se consideran “dos abueletes” que disfrutan de su “muy grande y muy buena casa”. Piensan en un futuro lejano en el que sus dos hijos heredarán la casa. Son conscientes del gran valor que ha adquirido su casa a lo largo del tiempo, aunque resulte difícil de calcularlo, piensan que su precio podría oscilar entre unos 500.000 euros, siendo una casa de dos pisos, con “angolfa”, garaje, dos baños, 3 dormitorios, 1 cocina, un corral y un jardín.   

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