Analogía de la carne podrida; el ser vivo no biológico
Cada vez más, y en nuestra sociedad moderna, nos encontramos rodeados de una gran cantidad de
objetos lanzados en la madre tierra; que, una vez cumplida su función, se transforman en desecho
social, o, aquí destacado, como, restos mortales. Yacen en basureros y rincones, almacenados,
exhaustos y desnudos; desprovistos por completo de su utilidad pasada y relegados a la eterna
condena del olvido.
Por todo esto y más, sostenemos en este ‘‘Manifiesto Carroñero’’ la creencia de que dicha basura
merece ser reconocida -no solo como carroña social-, sino, refiérase a ella mediante el término de
materia muerta; como cadáveres expuestos en la vía pública (en descomposición). El acto contrario
supone una barbarie, siendo prejuicioso, injusto, antropocéntrico y racial; pues, un cadáver se
reconoce como todo cuerpo privado de vida y un ser vivo es toda estructura compuesta de moléculas
y átomos. ¿Entonces, por qué no reconocemos a los objetos como sujetos?
Es esta concepción distópica del desecho la que nos aporta un posicionamiento crítico al respecto
como alternativa a aquello que ya ha quedado desplazado, desterrado; para evidenciar el alto nivel
de sobreproducción e hiperconsumo, y, con ella, nuestra relación cultural presente que hemos
desarrollado con y hacia los objetos. Esto nos insta a reflexionar sobre el desperdicio y la necesidad
creciente de adoptar prácticas más sostenibles. Así, la conciencia ambiental se convierte en una
fuerza impulsora para arreglar nuestras relaciones irrespetuosas con la materia.
Para velar por la seguridad de la basura, absolutamente desprotegida ahora, nombraremos los
motivos, derechos y argumentos por los cuales un desecho debe reconocerse como un muerto, en
analogía de la carne podrida, propio de un ser:
- El gesto de abandono como muerte social: expuesto fuera de su propietario y hábitat
cotidiano, el objeto queda desolado y traumático; dejándolo a merced de su deterioro físico y
emocional; con el propósito voluntario de que se descomponga y pudra hasta desaparecer
con el entorno. - Falta de propiedad o parentesco: el principal problema de la desvinculación, empatía y
sentimentalismo que existe hacia los objetos proviene de la falta de relaciones sociales con
los mismos. Los objetos no nacen de, o se reconocen en términos familiares, y por ello, son
reemplazables constantemente. La carencia de dichas conexiones es la que fomenta que la
problemática perpetúe. - Sin embargo, aquí venimos a evidenciarlas, porque existen, aunque no se manifiesten de
forma biológica, en los parámetros convencionales del ser humano.
Antes de empezar, cabe recalcar que hoy, los objetos son ya absolutamente necesarios para
la supervivencia de cualquier persona, subsistimos en base a ellos. Están esparcidos por
todo el mundo y radican en todos nuestros entornos; incluso, en nosotros (los llevamos
encima y dentro). Actualmente, no podríamos coexistir en un mundo deshabitado por los
mismos (el dicho siempre dice ¿qué te llevarías a una isla desierta?, y no a quién). No solo
facilitan nuestra vida, nos aportan felicidad y nos dotan de sentido; sino que, tienen tal
importancia, que casi podríamos pensar que la relación que establecemos es una relación de
subordinación de nosotros hacia ellos, y no al revés.
Socialmente, se piensa que un objeto no es una criatura, porque no responde a su definición;
pero, también son concebidos, reflexionados e ideados por uno o varios individuos, y siempre
salen de las más profundas entrañas de su creador, del interior. ¿Pues, no es entonces
merecedor del trato digno que recibe cualquier forma de vida? Incluso la no humana. ¿No
nos convierte eso en familia? Nosotros los hemos traído al mundo y es por esto que
debemos responsabilizarnos. Muchos de ellos también son regalos o herencias de antiguas
costumbres o personas pasadas.
Puesto a ello, los objetos también son criados. Algunos necesitan mantenimiento o reparos;
otros, crecerán contigo a lo largo o en diferentes etapas de tu vida. Muchos de ellos
permanecerán durante tu desarrollo (¿si un chupete o cuna también te cría, no es
merecedora de deber cada parte que la conforma, ni siquiera de respeto?). A nuestro
alrededor, tenemos productos que son más antiguos que nosotros, y, por consiguiente, llevan
habitando la tierra mucho más tiempo. Antes de nacer, incluso. Y aun así, no les mostramos
ningún tipo de respeto, ni el más mínimo.
La propiedad es otro gran motivo de peso. Toda basura no tiene nombre; y nadie quiere
responsabilizarse. Solo la propia es la que cuidamos en términos materiales. Por ello,
necesitamos una regulación que controle la cantidad de objetos que poseemos
individualmente y que nos responsabilice e informe de forma personal y exclusiva del destino
final que tendrá cada producto. - El ser viviente: toda forma de vida está compuesta de átomos y moléculas. Y, un objeto,
componente de las mismas, también debe de ser considerado parte de esta definición. Tanto
sus estructuras orgánicas como inorgánicas, son parte de la vida. - El sentir en lo inanimado: los objetos también nos hablan a través de la vista; siendo este su
propio lenguaje más allá del ruido. Transmiten memorias, recuerdos y vivencias pasadas;
todos ellos evocan emociones que los humanos hemos sentido en algún momento. Por ello,
los objetos sienten. - El propósito de vida de los productos: al igual que con las personas, estos seres también
cumplen propósitos sociales. Tienen una vida útil, más no retiro. Si un ser humano o animal,
tras haber sido completamente funcional, no se descarta como basura, ¿por qué si lo hace
un objeto? Nadie más merecedor de derechos que aquel que es fabricado exclusivamente
por y para el trabajo. - Más natural que: se dice que la basura no es natural, porque no responde a la definición de
un ser salvaje nacido de la natura.
Pero el desecho proviene del medio; se compone del mismo y desaparece en él, y solo
queda domesticado cuando entra en contacto con el usuario. En su estado libertario, y, por el
contrario, es un ser errante y nómada.
Actualmente, su presencia es tan abundante -tanto en nuestras cercanías (como fuera de
ellas)-, que podríamos considerarlo parte del propio paisaje, porque ya no existe espacio
público que no lo contenga. En ciertos lugares, predominan más que la propia flora o fauna.
Por ello, manifestamos reconocerlo como una especie más; que, ya es igual o incluso más
natural que el medio que habita por su alta presencia, volviéndose completamente habitual.
Algunos de ellos, se han fragmentado tanto, que han pasado a ser parte de la zona y ya no
podemos separarlos; generando así, paisajes artificiales. - Todos los seres habitan la tierra: otro motivo por el cual un objeto debe reconocerse como
ser, es que, habita los mismos espacios que el resto de sujetos. - Carente de reproducción: los productos se reproducen a través de la máquina y del ser
humano. ¿Es esto una forma carente de reproducción solo por no ser convencional? La
existencia de lo estéril también es propia de los seres vivos biológicos, y no por ello sus
derechos se ven violados. - La biodiversidad y la capacidad de adaptación: como toda forma de vida, los objetos también
tienen un principio y un fin. Sin embargo, los desechos también pueden evolucionar y ser
perceptibles al cambio, más no solo las personas -adaptándose a los entornos a lo largo del
tiempo, a veces fusionándose con los mismos-; ellos, pueden volver a renacer a través de la
recreación y el reciclaje, renovándose.
Como conclusión, hacemos un llamado a la sociedad para reflexionar sobre la manera en la que
tratamos a los objetos y cómo son merecedores de reconocerse como seres existentes, para
ofrecerles la dignidad y reparo que merecen.
Reconsideremos su destino después de su utilidad aparente y reconozcamos el nuevo que puede
ofrecernos a través de una gestión responsable, para poder construir un mundo donde la carroña
Atentamente, firmado por,
la comunidad de recicladores

