Desde hace unos años vivo con miedo al futuro, no por lo laboral sino por el futuro de la realidad como la conocemos. Tener cuatro estaciones, “otoño, invierno, primavera y verano”, vida en la tierra y en el mar, espacios verdes, naturales, vírgenes. Pero ya no hay vuelta atrás, solo queda intentar que el cambio climático, ya inevitable, cambie más lento, que sea a más largo plazo y no de golpe y que la vida no se pueda adaptar.
Con la subida de temperatura en los océanos los arrecifes de coral se mueren, son el pulmón del océano, un cuarto de las especies marinas lo tienen como hábitat. Gran parte del oxígeno que respiramos proviene del mar, y al mar se le trata como basurero de desechos humanos o como campo de prueba de bombas nucleares.
Tengo miedo de que el futuro mundo que me queda jamás será como el mundo que han vivido mis padres y abuelos. A mi me queda vivir el cambio al caos y desastres naturales cada vez más fuertes y continuos. ¿Qué le quedará a mi sobrino segundo que está por nacer?
Esta sensación de que la vida como la conocemos es finita, y luego ser consciente de que es puramente culpa del humano, la adquirí a partir de asistir a voluntariados de limpiezas de playas y espacios naturales en 2019.
A mediados de 2020 me uní como organizadora de la asociación Mar Inquieto. Durante todo ese año(quitando confinamiento) y 2021 estuvimos organizando recogidas de basura cada semana en diversos puntos de Mallorca, playas y zonas verdes(miradores, bosques, torrentes, etc); y actualmente asisto semanalmente a otros “clean ups” semanales en la playa de la Barceloneta organizado por CleanBeach Initiative.
Algo en común que encontrábamos en todas las limpiezas era que una gran mayoría de los desechos provienen de las personas comunes, del individuo. Cuando alguien intenta tener una conversación con temática ecológica siempre sale un argumento de que el individuo no puede hacer nada o causar impacto, que es responsabilidad de las grandes corporaciones. Está afirmación tampoco es falsa y tiene mucha razón, pero las miles de colillas, los cientos de kg en vidrio, plásticos, toallitas y otros muchos más tipos de desechos que yo, con mis propias manos, he recogido durante estos casi cuatro años me dicen que el individuo común también tiene un impacto notable en la contaminación de espacios y en la biodiversidad, y que la frase tantas veces repetida es solo una excusa para seguir sin afrontar ni reaccionar en la situación en la que vivimos, para tan solo decir que hay que morir de algo, acabarse el “piti”, tirarlo al suelo, pisarlo e irte.
Yo, como todos, no quiero que las cosas cambien, quiero las 4 estaciones del año como antes, quiero dejar de pensar en todo lo que está ocurriendo y está por ocurrir, ojalá solo poder pretender que la situación critica del planeta no existe y que con ese pensamiento realmente desapareciera todo. Pero estamos así porque llevamos demasiado tiempo haciendo precisamente eso, ignorando el problema y dejando que crezca por nuestras propias acciones hiperconsimistas, mirando para el otro lado o incluso negando solo por la búsqueda de más dinero para descompensar aún más la balanza en lo social.
Y que se puede hacer ante esto? Supongo que nada, pasar va a pasar, pero se puede decidir ignorar la existencia de las otras realidades de los seres vivos o se puede tratar de causar el menor sufrimiento posible.
Simplemente no hay escapatoria.
