Elogio fúnebre
Qué decir de estos que no sepamos ya todos. “La colla de la pessigolla”. Eran uns ben locos, uns tremendos com diria el Kitos.
Aún puedo sentir su presencia, aunque ahora solo sean carcasas vacías,
sacos de huesos,
bolsas de carne putrefacta.
De hecho sus cadáveres aún huelen a keta y gasolina, y en sus cabezas aún puedo oír el retumbar de unos bombos enterrados en barro, revotandoles en el cráneo a toda velocidad como un salvapantallas takikardiko. Pero tranquis eh, que ya les he mirado en bolsillos, carteras y calcetines. Nada. Ni un cigarro mojao’.
De verdad, solemnemente os pido que les dejéis algo antes de iros; ni que sea los restos de un pollo viejo o las sobras de una tarjeta. Ya sabemos lo chungo que es conseguir camello en paradero desconocido sin que te timen, o sin que lo intenten por lo menos.
Aunque bueno, pensándolo bien, ahí donde están tampoco tendrán mucho problema. A ver, seamos realistas, arriba seguro que no han ido y abajo ya sabemos de lo que abunda. Nada, nada, ni puto caso que no sé lo que me digo. Fijo que están mejor que nosotros. Si a caso que nos manden ellos por correo postal no te jode, (que ahí seguro que tienen mierda de la buena). Y mientras nosotros pues ya tenemos plan; por ahora lo guardamos todo y luego, igual, si nos ponemos a tono a la vez que ellos y con la misma intensidad, abrimos un portal inter-dimensional o algo por el estilo y podemos compartir el pedo con estos. Y ni Ouija ni mierdas oiga; La droga como fuente de soluciones ante la ausencia afectiva.
Mhp… es jodido eh, aceptar la pérdida. Que no podremos volver a verlos, oírlos, tocarlos más allá del plano onírico.
Dicen que al cabo de 5 años se te olvidan las caras de hasta las personas más queridas. Y ahí estaremos, acampados en nuestros hipocampos celebrando y abrazando con figuras sin rostro. Usuarios sin foto de perfil. Ni boca ni ojos. Solo un puto beige borroso.
El hipocampo tiene forma de caballito de mar. Él es el encargado de generar los recuerdos, y luego se van aquí, a la parte frontal. Ahí descansan ahora. ¿Suena raro, no?, Que se almacenen ahí(?), Delante. Yo por lo menos cuando evoco recuerdos y ensoñaciones me voy más a lo profundo, como tiranduki’ pal’ centro, el bello centro. Bien resguardados y protegidos. Lo que más quiero en el mundo y lo último que quiero que me quiten, mis recuerdos. Ya me puedo olvidar de mi esencia, mi cuerpo y mi identidad, que mi refugio en la remembranza no me lo sacan, y cuando sea un viejo demente pues ahí estaré agusto; correteando como un niño en las reminiscencias de mi pasado. Sin saber ni quien soy ni donde coño estoy, pero contento.
En teoría ahí nada tiene sentido, así que pasaré de las callejuelas de mi pueblo a las abultadas avenidas de Barcelona, a un tuntún de parajes europeos y, quién sabe, igual así por fin veo Venezuela. Igual así por fin abrazo a mi familia y los indígenas me perforan las orejas con plumas de aves exóticas, como hicieron con mi madre.
Al fin y al cabo yo solo soy un reflejo de ella. Un souvenir que se trajo de sus entrañas para dejarlo como recuerdo de su presencia en este abismo de colores. Para eso tenemos hijos después de todo. Cuando se lo pregunté a mis padres me dijeron que era para formar una familia, para tener un proyecto en común. Eso somos los hijos para los padres. Proyectos. Como los de la uni.
Luego les dije:
– Mamá, Papá, ¿Soy un trabajo en grupo? + Sí, hijo. Sí.
Nota final: Un 5. Raspao’. Bueno, por lo menos nos lo pasamos bien haciéndolo, aunque como legado del apellido familiar y herencia genética justea un poco.
¿Quién decide los criterios de evaluación de una vida? ¿Soy yo mi propio proyecto personal o más bien el TFV de mis padres? O igual es algo más grande, yoquese’, Llámalo dios, llámalo energía, llámalo X, llámalo capital o sistema de valores.
Bueno que me la suda. Yo vine aquí a pasármelo bien. Y me lo he pasao’ de puta madre. Y me acuerdo de todo eh. Por lo menos de lo que quiero.
Tanto me acuerdo, me acordaba y acordaré que llené las páginas de más de 100 libretas con tal de no olvidarme. Compulsivamente. Con la espalda sobre las paredes meadas de esa casa okupa Lesseps, sobre el sillón de lujo del tríplex de l’Eixample de la Ramoni. Ese sí que tenía las paredes blancas. En la cocina, en tu compañía y entre viñas. Pero siempre estás tú, mi amarga y dulce compañera favorita. A día de hoy aún sigo sin saber decir quien coño encontró a quien. Lo que sí que puedo decir es que acabaste conmigo… y yo contigo, tantas veces… que ya ni me acuerdo.
Pero me acuerdo de ti. Pero no me acuerdo de lo que comí ayer.
Pero me acuerdo de Jhon, de Patxi, de Laura y de Tai. Pero no recuerdo cuál fue mi último curro. El último que recuerdo es el del Tecnocasa, éramos unos críos. Me echaron por montar una fiesta en uno de los pisos que tenía que alquilar (prrffjajkajajajajadsjja). Luego encima les llegó la queja de la vieja esa que se encontró los bajos de su cama de segunda mano de su piso nuevo -y cito textualmente- llenos de condones, trozos de bolsa y blisters de nose que. Los compis de la ofi se jartaron; algunos estaban preocupados… Sonia, por ejemplo. Ahora mismo no le pongo cara, pero estoy seguro de que había una Sonia.
Antón, Yolanda y la otra… la… Joder ¿cómo era?
Por Iker Molinero Sanahuja
