CRÓNICA DE UN SELFIE

El imperativo de la Felicidad.

Por Laura Soriano

Ser feliz es un imperativo constante, urgente, demandante, a veces incluso asfixiante. Es un imperativo de esta sociedad capitalista, que inunda el presente con las redes sociales y una publicidad constante.
Era un día soleado, domingo por la mañana y allí estaba Marta con su novio Víctor, pasando el día libre juntos.
La temperatura era agradable, la brisa corría, se escuchaba el sonido del mar. Allí estaban sentados el uno al lado del otro, cada uno con su móvil frente al mar. Uno al lado del otro mirando la pantalla, ausentes en el presente. De repente Marta le dijo a Víctor:
– Cariño vamos a hacernos un selfie.
-¡Sííí! – respondió Víctor.
De repente Marta y Víctor se acercaron, se abrazaron cariñosamente, sonrieron, y mientras se hacían fotos, se besaban y se dirigían sonrisas y gestos mutuamente. Marta bajó la cámara y su expresión en menos de un segundo volvió a la neutralidad, recuperaron la distancia que había entre los dos, sus miradas volvieron a la pantalla, desapareció su interacción, incluso el paisaje que les rodeaba desapareció. Marta le envió la foto por WhatsApp a Víctor y los dos la compartieron en sus respectivos perfiles de Instagram. Allí estaban con la cara de orgullo tras hacer su post, el post del domingo, esperando los likes y los comentarios. Emitiendo una leve sonrisa cada vez que alguien le daba al corazoncito, ausentes de la vida.
Levanté la mirada un poco más allá y ahí estaba Peter, tumbado sobre la toalla intentando relajarse en su día libre. Se le veía un poco inquieto, como si necesitara hacer algo. Peter abrió la mochila y sacó un libro, comenzó a leer, pero al cabo de 10 minutos cerró el libro. Volvió a abrir la mochila y sacó el teléfono, entró en sus redes sociales, empezó a deslizar el dedo y allí quedó atrapado durante una hora, viendo fotos que relataban el domingo de los otros, sus fiestas, sus comidas, sus sonrisas, sus parejas, sus amores, sus amigos. Peter deslizaba el dedo y se le iba poniendo cada vez más cara de pantalla, cada vez más ausente. Mientras tanto corría la brisa, y el sol acariciaba su piel y el mar murmuraba suave.
Cada vez la inexpresión de Peter era más profunda, entonces se incorporó, abrió su bolso de nuevo y sacó sus gafas de sol, se puso las gafas de sol, desabrocho un par de botones de su camisa floreada y volvió a coger el teléfono, puso la cámara en modo selfie, se peinó un poco, se giró para encuadrar el lado de la playa que quedaba mejor para la foto y fue probando sus mejores sonrisas ante la cámara. Tras hacerse 5 o 6 fotos bajo la cámara y volvió a poner la cara de pantalla. Revisó las fotos, no pareció convencerle ninguna, así que levantó el teléfono de nuevo, sonrió a tope y esta vez se sacó como unas 10 fotos para asegurar. Después se quitó las gafas volvió a tumbarse y a recuperar su rostro inexpresivo mientras hacía un post con el título de “Disfrutando del domingo playero”, con unos emojis de sol, playa y sonrisa. Peter empezó a recibir comentarios como ” Qué bien se te ve.”, “Disfruta mucho”,  “Qué playa tan bonita”.
Peter esbozó una media sonrisa tras ver los mensajes, pero la verdad es que no parecía estar disfrutando mucho, ni del día, ni de la playa, ni de nada. 
Me giré hacia atrás y justo en aquel edificio, sentada en el balcón, estaba Sara mirando su teléfono también, deslizando el dedo en una danza interminable, viendo en la redes el domingo de los otros con cierta desidia, con cierta amargura, comparándose, pensando: -Todos por ahí, disfrutando del buen día que hace, en sitios bonitos, en compañía. Y yo aquí,  perdiendo el tiempo, sin disfrutar del domingo, como una desgraciada.
Sara sin poder evitarlo se comparaba con los demás por no tener un momento feliz para poder compartir, porque ese día estaba cansada, algo aburrida, comiendo las sobras de comida del día anterior y sin poderlas compartir con nadie. Su único entretenimiento en ese momento era deslizar el dedo viendo la felicidad de los otros, lo cual le iba aumentando los grados de tristeza conforme iba deslizando el dedo. Dejó el teléfono y volvió a recalentar la comida. Comió con la mirada perdida. Cuando llevaba el plato a la cocina su mirada se cruzó con un libro que había sobre la mesilla del salón, era un libro que había dejado allí hacía ya semanas. Cogió el libro se sentó en el sillón, sacó el teléfono y se hizo una foto como si estuviera leyendo, volvió a dejar el libro sobre la mesilla, abrió su perfil de Instagram e hizo un post que decía “Disfrutando de un domingo tranquilo.” Y allí permaneció sentada, sola, impaciente, esperando su recompensa, esperando sus likes, esperando su reconocimiento, mostrando una visión endulzada de ella misma, esperando con la mirada triste. Empezaron a llegar las notificaciones de comentarios que resonaban con un profundo eco en un vacío que todo lo inundaba.

En una sociedad donde la felicidad es un imperativo constante, en la que casi se podría decir que ser feliz es una dictadura, el fenómeno del selfie me resulta un momento de gran interés antropológico. Es algo que merece la pena observar, de hecho me encanta observarlo, me cautiva, es realmente fascinante ver lo que pasaba antes, lo que pasa durante el selfie y lo que pasa justo después. A veces estos momentos resultan totalmente inconexos entre sí, aunque solo los separen milésimas de segundo, es algo fascinante. Puede resultar muy divertido de observarlo, a la misma vez que absurdo y terrorífico. 
Nada tiene que ver el selfie con lo que podría ser un autorretrato, que quizás puede tener un carácter mas íntimo o especial, quizás incluso más sincero. El selfie nos suele llevar a una autorrepresentación endulzada y cool de nosotros mismos.
Abro las redes yo también desde este domingo agridulce. Me encuentro con los innumerables selfies. Unos sonríen, otros se aman, otras son interesantes, otras crecen en su negocio, otros se van de fiesta, y me pregunto ¿Qué pasaría después de esta foto?, ¿Cuál será la verdadera historia que hay detrás de esta imagen? ¿Cuál será el  verdadero anhelo? ¿Cuál será el sentimiento real? ¿Qué te gustaría compartir realmente?
Quizás estas imágenes edulcoradas que exponemos sostenidas con el concepto de COMPARTIR nuestra felicidad, nuestra vida y nuestro “éxito personal”, hacen que seamos todos más desgraciados. Lo que hacen es alejarnos de un compartir real, de una conexión profunda con los demás y con nosotros mismos. El imperativo de la felicidad nos hace mas tristes y nos elimina la aceptación y el espacio a otros sentimientos que son reales, necesarios y comunes. Incluso ya hay una depresión que se denomina como “depresión sonriente”. Nos autoimponemos un bienestar, una sonrisa, una máscara ante los demás y nos mostramos y compartimos desde el opuesto, el no mostrarnos, el no compartir, un anuncio de otra vida, un selfie de tu personaje.

Foto: Anoine Beauvillain

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