Contra los recuerdos 

A menudo, cuando digo que odio los recuerdos, la gente me suele decir que soy la primera persona que oyen decir esto. Esos momentos que vives que de repente tu mente decide guardar sin previo aviso marcando tu futuro, unos flashbacks salvajes que súbitamente tu cabeza te recuerda cuando peor estás para recordarte que hace un tiempo tenías cierta estabilidad mental, tu cabeza tranquila y que eras feliz. 

La gente tiene los recuerdos idealizados, para mí además, están sobrevalorados. Comentándolo con mis amigas me contaban que para ellas recordar los momentos bonitos les ponían contentas, que les recordaban que pueden ser felices y que en un futuro lo volverían a ser. “Ay, qué bien estaba en la Costa Brava, en esa rave toda borracha con mis amigas”. Sí, Andrea, ahora estás currando doce horas al día explotada en un restaurante de comida rápida. Para mí lo que importa es el presente, como me encuentro durante el día actual, no cómo de bien estaba hace unos meses en las fiestas o cuando hacía viajes con mi pareja de antaño.  

Además, siempre me vienen a la cabeza momentos que fueron importantes para mí, ligados a personas, animales, lugares y edades, cosas que ya no están ni estarán nunca más. La nostalgia, la compañera acérrima de la tristeza y del llanto. Momentos efímeros que quedan una eternidad asquerosa en mi cerebro. Encima nuestra memoria es imperfecta, parcial y en muchos casos inventada. ¿Cuántas de vosotras han querido volver con su expareja porque recuerdan ciertos momentos felices? Yo mismo he caído en ese error muchísimas veces. El problema es que se tiende a idealizar los momentos, que se distorsionan con el tiempo y desfiguran una realidad que posiblemente no pasó. Como cuando estabas feliz con tu pareja porque estabais de viaje en Italia en esa exposición de arte clásico. No recuerdas lo que pasó instantes después cuando os enfadasteis porque alguna de las dos estaba cansada y se quería ir o ponía mala cara durante el resto de la tarde. Aquel recuerdo bonito, quizás no lo era tanto. 

Nuestro cerebro puede hacer dos cosas con la remembranza que quizás no quieras rememorar: borrar los traumas y las situaciones malas o repetir mentalmente de forma neurótica estos hechos. Sí que es verdad que cuando las situaciones son más recientes suelen doler muchísimo más y que al cabo del tiempo puedes llegar a relativizar el daño, que es posible evitar el desarrollo de ese trastorno y que a fin de cuentas tenemos que aprender a sobrevivir sin que los recuerdos dolorosos nos afecten de una manera anímica. Pero muchas veces te lo encuentras así, de sopetón y no estás preparada mentalmente. También tengo que decir en mi contra que los recuerdos tristes me llegan de manera amor-odio, ya que te dan una pequeña dosis de realidad y de tristeza que a veces es necesaria para darte cuenta de dónde y cómo estás. 

En fin, esto es una reflexión personal sobre el tormento que es para mi recordar. Que cada una se tome los recuerdos a su manera sin olvidar que no son cien por cien realidad. Que la mente nos suele jugar malas pasadas. 

Adrià Masferrer Martín

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