Ayer mi pareja me explicó que su madre, en sus tiempos de rebeldía y desacato a favor de las primeras corrientes feministas de los años 70, ya había escuchado hablar de una masculinidad algo diferente. “Der neue Mann”. Unos ligeros cambios conscientes de identidad. Unos sutiles llantos, cursos para aprender a tejer felpudos o delantales y puerta abierta a seguir abusando y controlando posiciones de poder. Nos suena, ¿verdad?
El sujeto masculino vive en unos momentos de crisis existencial. Ha sido criminalizado y cuestionado gracias a las olas del feminismo actual y, sobre todo, gracias al movimiento #Metoo. Así, las respuestas han sido opuestas. Algunas más reaccionarias, como ya comenté en el pasado artículo “Eh, tú. Sí, tú. Te lo digo a ti, masculinidad distorsionada”, dirigidas por figuras mediáticas a favor de lo fascista. Responsables de avivar el odio hacia el sujeto femenino y criminalizar sus actos colocándose a ellas en el lugar del oprimido. Y otras algo más obtusas. Otras respuestas sutilmente peligrosas. Respuestas que ponen en escena a una supuesta masculinidad reformista. Una, como dice Antonio J. Rodríguez, nueva masculinidad de siempre.
La nueva masculinidad de siempre, aquella fuera de los patrones e ideologías reaccionarias, modifica la masculinidad para ser, aparentemente más inclusiva con la olas del feminismo, pero a su vez, inteligentemente peligrosa. Es lista. Domina las reglas del juego. Las subvierte, las agarra y las utiliza con la única voluntad de mantener su lugar de privilegio. Similar a “der neue Mann” de los años 70, la masculinidad de hoy se actualiza. Incorpora al hilo y la aguja, los llantos o caras de pena, collares de perlas, reconocimiento y aceptación y uñas pintadas de blanco.
Y vaya, qué miedo. De ella no debemos fiarnos ni un pelo. No debemos fiarnos ya que las estrategias que utiliza son agudas y perspicaces. Y, sobre todo, parten de la consciencia, de la voluntad de generar violencias. Se apropia de herramientas o signos de otros colectivos, se colectivos marginales y oprimidos, sin respetar o tener en cuenta sus inicios. Com ahora, el hacer uso del esmalte de uñas. El colectivo queer no solo ha hecho uso de las uñas pintadas con voluntades estéticas o acatando a corrientes de moda. Ha hecho uso del esmalte de uñas como acto de empoderamiento. Como acto de resistencia frente a grandes figuras hegemónicas y violentos actos opresivos. Y, así, obviando las historias fuera de la norma, aquellas que no se quieren escuchar, viene el “heterito” de turno para apropiarse de ellas. Y claro, como que su figura es aceptada por unos estrictos cánones sociales, se le acepta. No se le discute, prohibe o mata. Se le respeta, o incluso, se le alaba.
Al igual que con los discursos o ensayos sobre la figura del hombre en el mundo de la literatura o la filosofía. Es pertinente que alguien, en este caso, Ivan Jablonka exponga en su libro Hombres justos cuáles son los inicios del patriarcado. Es incluso correcto que explique las construcciones sociales que han ido modulando a lo masculino como una figura tóxica. Y es aceptable que intente generar nuevos patrones de identidades ausentes de la virilidad y la violencia. Pero, mi pregunta responde a entender o cuestionar quién es él para hablar sobre posiciones de poder o privilegio.
Como el joven hetero aliado al feminismo decide pintarse las uñas para conseguir beneficios, Jablonka, aunque él no lo quiera, sigue siendo un hombre, heterosexual, caucásico y profesor de universidad. Y, por ser él se le permite tener un discurso válido en sociedad. Es por este motivo, por el que resulta ofensivo que nos hable de que puedan existir nuevos modelos capaces de no crear desigualdades. Que planteé un nuevo patrón de masculinidad igualitaria y con justicia de género. Y que, para llegar a este supuesto nuevo modelo de masculinidad, emancipe a la mujer en cuestiones como la autosatisfacción o el consentimiento explícito.
Es una utopía terca. Seguimos validando roles y estructuras, poniendo, en este caso, a la figura femenina como la opresora. Y es que, no es posible hablar o intentar reconstruir roles de género a partir de estructuras dadas por el patriarcado. Como, bien dice Paul B. Preciado en su libro Testo Yonqui “Ninguna de las lenguas que hablo me pertenece, y sin embargo no hay otro modo de hablar, no hay otro modo de amar. Ninguno de los sexos que incorporo posee densidad ontológica y, sin embargo, no hay otro modo de ser cuerpo. Desposesión en el origen.”
De este modo, sí, quizás se trata de la desposesión en el origen. Desposesión de nuestro origen. Como dice Antonio, es una utopía pensar cualquier indicio de cambio de identidad sobre las bases de lo patriarcal. Resulta un absoluto error el pensar en cualquier cambio social si la figura masculina y femenina sigue perteneciendo a cánones sociales, a un lenguaje político o a un conjunto de códigos que producen divisiones sociales. Porque, no existe nada parecido a un grado cero de género, como tampoco existe un grado cero de la hombría o la feminidad. El ser mujer o ser hombre es, en efecto, una dramatización.
De este modo, lo que ponemos sobre la mesa, la supuesta nueva masculinidad, se basa en un intento de nueva identidad. El intento de una nueva masculinidad. Y digo “intento” ya que considero que haría falta abolir el sistema binario para pensarnos como iguales. Un intento de reformular con el fin de generar los mismos beneficios. Un intento, como bien acuñe Antonio J. Rodríguez, llamado cisheteroqueer.
Cisheterioqueer como una interfaz. Un fenómeno determinado. Un punto de inflexión en el que el sujeto masculino comprende los parámetros de la heterosexualidad como una ficción haciendo uso de los poderes que esta conlleva con el fin de subvertirlos y hacerlos suyos. Como por ejemplo, el uso de la vulnerabilidad con la voluntad de sacar provecho a la sexualidad o a la desigualdad de genero y social. Típico de los sad boys de hoy.
Un sad boy como C. Tangana. Como figura mediática parece que ya ha hecho su trabajo. Ya ha demostrado que haciendo uso de la sinceridad o el reconocimiento en sus letras justifica sus ganas de sexo. Todos hemos entendido quién es la figura de C. Tangana. Se ha convertido en una especie de mantra. “Demasiadas mujeres. Demasiadas mujeres. Demasiadas mujeres.” Lo reconocemos similar a un mito. Pero, vigila, es peligroso seguir su discurso. Es peligroso ya que en vez de verse como una burla o crítica a una sociedad determinada se asocia a una referencia a seguir.
O como la figura de Aron Piper. Por lo menos, C. Tangana canta y explicita su necesidad de mojar. Aaron Piper se presenta como un joven indefenso sin la posibilidad de expresar sus sentimientos, hundido en el alcohol y con la necesidad de aceptación de la figura materna. “Te voy a contar dos cosas, mamá / Una, que ya se ha hecho tarde / Otra, que no sé volver / Lo intenté y no logro acostumbrarme / Otra noche que he vuelto a beber / Otra noche que se me ha hecho tarde / Cuántas veces más voy a soñar / Que no consigo adaptarme”. Victimista, ¿verdad? O en su videoclip Plastilina con Jesse Baez, “Creo que no sabemos estar solos. Que hemos pasado de los objetos desechables a las relaciones desechables. Buscamos amores de plastilina en vez de amores de verdad. Y así nos va.” Justo después aparece una figura femenina en primer plano moviendo el trasero. Y a los pocos segundos una pelea entre dos machos. De nuevo los mismos patrones. El miedo al cuerpo de la mujer, el amago por la protección materna, el estado de guerra constante con otros hombres, la no adaptación al territorio, el victimismo o la vulnerabilidad…
O como en la literatura con la figura vulnerable de Claudio, el amante de la protagonista Irene en el libro de Cien noches de Luisgé Martín es igual. “Amé a Claudio porque nunca encontré en él el sosiego o el equilibrio; porque no llegue a saber jamás lo que pensaba realmente de sí mismo; porque intentaba ser brutal y solo conseguía ser vulnerable; porque tenía una belleza dolorosa que iba transformándose cada día como si fuera de un ser distinto; porqué murió – porque lo mataron – cuando íbamos a empezar a vivir realmente.”
Una horrorosa necesidad de encontrar lo bello en el ocultamiento, la incapacidad de mostrar unos sentimientos. La nueva masculinidad de siempre juega con ficciones. Al igual que en un vacío legal. Ficciones que enmascaran una realidad para seguir jugando en ella. Que silencian lo disidente. Ficciones peligrosas y dañinas. Ficciones que tenemos que vigilar si no queremos que, sutilmente, nos arrastren a lo desierto. A aquello que no se quiere mirar.


