Cicatrices de la ambición artística y cultural del contexto expositivo digital.
El capitalismo explota sin piedad la vocación de quienes se dedican a tareas culturales, presentando el entusiasmo como una excusa para legitimar la precariedad laboral.
La vocación es un impulso. Funciona como una especie de hambre creadora para el individuo, pero también puede dar lugar a la explotación. Eso se debe en parte a la desprofesionalización del trabajo creativo.
Sujetos dispuestos a emplear su tiempo a fines, nada, o poco lucrativos, mayormente en base a salarios mínimos o salarios emocionales dedicados a su pasión en un sistema competitivo, justificando la insuficiencia económica en especias y o colaboracionismos.
Existe una correlación entre la condición de creación de los agentes culturales en la actualidad y la consideración del juego que hizo Donald Winnicott en la que lo consideraba clave para el bienestar emocional y psicológico.
Por jugar no solo se refería a las formas en que juegan los niños de todas las edades, sino también a la forma en que los adultos “juegan” haciendo arte, participando en deportes, pasatiempos, humor o conversaciones significativas entre otros. A cualquier edad, consideraba que el juego era fundamental para el desarrollo de la auténtica personalidad, porque cuando las personas juegan se sienten reales, espontáneas y vivas, y muy interesadas en lo que están haciendo.
Pensaba que la intuición en psicoanálisis era útil cuando se trataba al paciente en el ejercicio, en su experiencia lúdica de descubrimiento creativo y genuino; de este modo se introduce esta manera de proceder a través de la psicopolítica en pos del desarrollo económico y la precariedad del trabajador cultural, esclavo de un presente prolongado en el contexto digital.
Es por eso que se puede llegar a mantener en constante empleo a los trabajadores culturales dedicados en su vocación a crear para satisfacer sus inquietudes personales aún sin ser remunerados o pagados con visibilidad, acrecentando su situación de precariedad en el contexto digital, donde en los últimos años la cultura de los indicadores, proveniente de la gestión empresarial se ha ido infiltrando en el sector cultural.
El contexto actual, mediado por lo digital, parece ser sobornado por la visibilidad y el reconocimiento de las redes sociales, ese espacio donde de forma alienada estás conectado desde tu dispositivo a una red antropomorfa que no se corta en pedirte.
Delante de los efectos de la última crisis y los recortes en la cultura, los datos se han visto como una manera objetiva de defender y legitimar el trabajo hecho.
Las consecuencias de la precarización sobre los diferentes sectores de la población afectada se analizan de modo más amplio al considerar aspectos del equilibrio emocional y de la vida familiar, el desgaste personal debido a la necesidad de realizar gestiones intensas y frecuentes, así como la pérdida de autonomía, privacidad y libre disposición del tiempo, a causa tanto de las exigencias de los trabajos como de las auto imposiciones creadas con motivos psicopolíticos por la estructura neoliberal.
El neoliberalismo, cuando exige “una mayor flexibilidad” en el trabajo, rompe esos tiempos, que ya no son lineales, sino quebrados; el trabajo es por un tiempo -el que interesa al jefe o dueño-, la “carrera” sigue un curso discontinuo, porque se hace a retazos, a ritmo impredecible. “Nada a largo plazo” es la nueva consigna, que se impone en el ámbito laboral, pero que condiciona también otros ámbitos de la vida personal.
“Nada a largo plazo” corroe la confianza, la lealtad y el compromiso mutuo, no permite que se consoliden vínculos sólidos, no deja apenas lugar a la experiencia, ni la acumulación de esta tiene sentido; cualquiera puede ser rápida y eficazmente sustituido en cualquier momento, el futuro es incierto, se vive en un permanente actualismo.
En un contexto así, ¿alrededor de qué elementos se puede organizar un proyecto de vida? Porque algo que da un sentido a la existencia requiere largo plazo, al menos imaginariamente. Entendiendo el trabajo de los agentes culturales como medio y proceso de representación de la vida.
Sennett se pregunta cómo proteger las relaciones familiares y personales para que no sucumban a este “corto plazo”; ¿cómo puede un ser humano desarrollar un relato de su identidad e historia vital en una sociedad compuesta de episodios y fragmentos?.
Durante la revolución industrial los trabajadores consiguieron un horario regulado por sus superiores los burgueses, acordando dividir el día en tres partes de ocho horas, ocho para producir, ocho para entretenerse y ocho para descansar, un plan diseñado para aportar un sentido a la rutina de los jornaleros. De hecho en las colonias industriales los beneficios que sus trabajadores desembolsaron en los espacios de ocio volvían a manos de los propietarios de la colonia, generando un ciclo cerrado de su economía a manos de la autoridad.
Y es que actualmente la falta de control sobre el propio tiempo y el acceso desigual al ocio se identifican como importantes dimensiones de injusticia social. No es que fuera mejor la separación anterior del día en ocho horas, sino que con la aparición de las pantallas se ha generado una simbiosis entre el ocio y el trabajo, la pasión y el deber. De esta forma se genera la percepción de que se va desdibujando el tiempo, a la vez que se hace imposible concebirlo separado de la tecnología que ya forma parte de nosotros.
Un claro ejemplo de artistas que denuncian la situación de los trabajadores culturales son Germes Gang, que llevan al extremo el antiestilo y la desprofesionalización del trabajo artístico, hasta hacerlo su baluarte, el significado y significante de su obra. La falta de tiempo, dinero y energía, están siempre latentes en su mirada antiestética, evidenciando la precariedad que deriva en autodeterminación por su identificación con la miseria.
Se diluye su intervención en el espacio, pues la representación para ellos se caracteriza en el acto genuino de cualquier individuo, posicionándose, adoptando un discurso y ejecutándolo en el espacio. Ellos, más bien dirían vomitándolo.
Hay un viejo verbo francés que dice ese tamborileo de la obsesión; flagrante falta y desdicha de la lingüística, que designa ese grupo de sones asemanticos, que sucumben a la arrogancia de intentar devolver el sentido a quienes lo producen.
Hasta tu primo de nueve años es capaz de articular un discurso anacrónico y eso es lo que pretenden Germes Gang con su arte, atendiendo a las circunstancias en las que nos encontramos.
En conclusión me remitiré a aquello que expresó Pascal Quignard, y que apoyándome en Germes me suscita animadversión con respecto a nuestra situación como agentes culturales: la danza es una imagen. Así como la pintura es un canto. Los simulacros simulan. Un rito repite una nustaphora (un viaje). En la Grecia moderna, los camiones de mudanza llevan inscrita al costado la palabra METAPHORA. Un mito es la imagen danzada del rito mismo, del cual se espera ejerza atracción sobre el mundo.
