Por Rafael Cribillés

Folch, M. Tríada. 2020.
Óvulos de marfil deletreados en dorado. Pirámides de mármol, esfinges de yeso y sangre de búfalo. Un matriarcado, una tribu, un rito. Un lugar en el que ser, y por muy demiúrgico que suene, crear. Tal vez a los únicos seres a los que se les puede atribuir el acto de la creación. Un sol de Mercurio, estrellas de Eratóstenes, raíces de baobab y una aureola de los Milagros. Tierra de Gaia, esperma de Hierro, lentes de Cielo y un mero susurro de Fervor. Ana Mendieta, también Ana Frank, por qué no Lady Diana, todas ellas juntas. Incluyendo a la Monroe, pasando por Frida Kahlo: todas las habidas y por haber, especialmente honradas las Olvidadas. Ellas, quienes dan, dan y dan. Emperatrices, sacerdotisas de lo cotidiano, reinas de aquello lejano, habitante del instante.
La artista visual Marina Folch nos presenta y nos ofrece un tríptico, la triple Diosa: su Tríada (2020). Mediante una representación iconográfica ofrece tres lugares y etapas vitales de la Mujer. El satélite lunar las acompaña mediante su indiscernible misticismo: creciente, llena y menguante. Folch logra personificar tres seres que constituyen un mismo cuerpo. Una corporalidad secuencial, temporal y ancestral. En Tríada las figuras se acompañan en un hechizo, un irremediable ciclo en el que no hay inicio ni final. No existe un cielo, un infierno o un limbo, tal y como la tradición judeocristiana augura. En el universo de Folch se trata de una espiral cósmica en la que estar conectada íntimamente con lo que ha sido, lo que es y lo que será. Así mismo, cada célula es portadora de información conectada genealógicamente con un linaje que se extiende hasta los albores de la humanidad. En el que, según Folch, en su propia familia hay un aquelarre extendido desde su abuela, pasando por su madre, hasta llegar a sí misma. Tal vez se trate de honrar al clan, de dignificarlo o incluso inmortalizarlo. Un metarrelato que toma forma en lo incierto, la iconicidad y una fe personal e intransferible. Posiblemente se trate de un consuelo o incluso de un espejo capaz de reflejar en su superficie un t(r)iempo. Una superficie en la que ver, verse, anticiparse y aceptar aquello ineludible. La existencia y la inexistencia, las presencias y las ausencias, aquello que ha sido y ya no está, pero que sigue siendo y será.
En último término, Tríada es una pieza en la que la artista se abre en canal. Tal y como ella misma reconoce: “Siempre he pintado, pero siempre he utilizado una foto de referencia –que sí, podía modificarla–, pero en estas ilustraciones [Tríada] era simplemente el lápiz, el papel, y lo que cruzaba por mi cabeza.” De este modo, nos hallamos ante un espacio donde la artista ha huido de la mímesis, ha decretado una sinergia consigo misma, el soporte y la técnica. Accediendo a un imaginario, a una(s) imagen(es) que anidan en el subconsciente. Y que con destreza, Folch nos invita a su portal onírico. O mejor dicho, a tres portales cuya entrada conduce hacia un mismo pasaje tridimensional e interpersonal.
