
Por Eric Moner
El colectivo LGTBQ, como tantos otros, ha plasmado de forma camaleónica su protesta social en diferentes soportes a través de la historia. Carteles, pancartas, ilustraciones satíricas, apariciones en la televisión…, todos han servido de altavoz para denunciar la discriminación que padece. En los años 70, la aparición del videoclip musical abrió una ventana a un nuevo peón en la partida de la reivindicación. Este revolucionaría la forma de consumir la música y se convertiría en un escaparate de los movimientos sociales.
El videoclip nace como una ampliación audiovisual de la canción. Su origen tiene un mero objetivo comercial: ser un formato publicitario de las canciones de los artistas. Fue en 1975 cuando Queen lanza el vídeo de Bohemian Rhapsody, el que se popularizará como el primer videoclip de la historia. La banda británica rompió con los esquemas de otros cortometrajes musicales al incluir por primera vez efectos especiales en este tipo de vídeos. La aparición del canal MTV en Estados Unidos, el primero de videoclips 24/7, abrió la ventana a una masiva recepción del nuevo formato en la cultura de masas.
La naturaleza del videoclip, un cortometraje conciso que se desarrolla al ritmo de la música, impacta con fuerza en el sistema consumista por la atracción e impacto que genera en el receptor. “El videoclip se compone de una estructura predecible y rítmica, ya que combina el lenguaje visual con el sonoro y eso lo convierte en un elemento atractivo para el público”, informa Ana María Sedeño, doctora de Comunicación Audiovisual por la Universidad de Málaga. El ritmo audiovisual del formato da alas a los artistas para garantizar el impacto del mensaje que quieren transmitir. “Cualquier mensaje que vendas así tiene una mayor recepción que el uso de otras técnicas”, declara Sedeño.
De esta forma, el videoclip se convierte en el instrumento artístico perfecto para que los artistas expresen sus pensamientos, ideales o denuncien injusticias. Popular es el caso del videoclip de Zombie de la banda irlandesa The Cranberries, un meticuloso proyecto audiovisual que representa la guerra abierta entre el grupo terrorista IRA (Ejército Republicano Irlandés) y el gobierno británico. Al otro lado del Atlántico, Madonna con su American Life escupe contra Bush y la invasión estadounidense de Irak en 2003.
Los iconos de la industria musical también aprovechan el videoclip para hacer bandera de las injusticias de los colectivos oprimidos. Run the World (Girls) de Beyoncé es un himno al empoderamiento femenino y This is America de Childish Gambino representa el Estados Unidos más racista, reforzado por las instituciones estatales como la policía. En el uso del videoclip como arma de reivindicación social tampoco falta el colectivo LGTBQ.
I Want to Break Free, el himno inesperado
Un top rosado, shorts de cuero y unos zapatos de color negro acompañados por unas seductivas medias de lencería componen el conjunto escogido por Freddie Mercury para el videoclip de I Want to Break Free. Una peluca sesentera y unos grandes pendientes rosados combinan el outfit y definen el lado femenino de Mercury. Eso sí, su característico bigote no podía faltar. En el videoclip de la canción, los integrantes de la banda rock se atreven a romper los estándares masculinos en el seno de un tradicional hogar británico de los años 80.
Aunque la idea original del videoclip era tan solo la de satirizar a los personajes de la serie británica Coronation Street, la imagen de Mercury y sus compañeros vestidos de mujer supuso una ruptura con las expresiones de género del rock y la industria musical. Hoy en día, se podría considerar un homenaje a la cultura drag.
El lanzamiento de un videoclip así en 1984 implicaba controversia segura. El canal MTV lo vetó y tuvo un mal recibimiento en Estados Unidos, a pesar de ser un éxito en países como su natal Reino Unido. El guitarrista del grupo, Brian May, explicó en una entrevista para NPR Radio que durante un tour promocional en Estados Unidos las personas reaccionaban negativamente ante el concepto del videoclip. “No podemos tocar esto, parece homosexual”, recuerda que decían. La vestimenta de Mercury se repitió durante un concierto en Río de Janeiro en 1985 y esta tampoco generó un buen recibimiento. Ante su estelar aparición, el público lanzó objetos al escenario.

Aun así, el lema “Quiero liberarme, quiero liberarme de tus mentiras…” fue acogido por la comunidad como un himno de liberación sexual. Aunque también, se tiñó de protesta política. Durante el régimen del Apartheid, la canción se convirtió en una protesta por la liberación de prisión de Nelson Mandela. El propio Mercury aclaró que, aunque la canción no tenía una reivindicación concreta, trata “sobre cualquier persona que tiene una vida dura y quiere librarse de los problemas”. De forma rocambolesca y sin perseguirlo, Queen creó un himno que traspasa luchas.
Vogue, la transición del arte marginal al mainstream
Es difícil imaginarse a una Madonna no transgresora, está en su ADN. En proyectos como Like a Prayer o Erotica, la cantante juega con los límites de aquello socialmente aceptado y los traspasa para transmitir una reivindicación, entre ellas la liberación femenina.
Al ritmo de “strike a pose“, Madonna propone este reto en el videoclip de la canción Vogue. Bajo un filtro blanco y negro, que podría ser un guiño al pasado, la artista invita a abandonar la dualidad de los roles de género. Muchachas vestidas con ropas masculinas acompañan a la cantante, retando a los estándares sociales. Los danzarines, tanto hombres como mujeres, se precipitan a reencarnar poses al ritmo de la música. Es el arte del voguing y pisa fuerte en el público mainstream. Año 1990. Madonna, una vez más, deja claro que el pasado ha quedado atrás.
El vogue o voguing es un estilo de baile originado en los salones de baile del barrio de Harlem (Nueva York) donde se reúnen las comunidades LGTBQ, principalmente negras y latinoamericanas. Gays, lesbianas, bisexuales y transexuales encuentran en estos espacios un lugar de liberación a través del baile en una sociedad que les oprime doblemente por su orientación sexual y/o identidad de género y por su etnia. El baile consiste en la demostración rítmica de poses, inspiradas por las poses de las modelos de la revista Vogue y los jeroglíficos del Antiguo Egipto. Madonna descubre este estilo de baile en dance clubs de Nueva York que la artista frecuentaba. Allí, José Gutiérrez Xtravangza y Luis Xtravaganza la introdujeron en este campo artístico.

El videoclip de Vogue marca un antes y un después, no solo en la carrera de Madonna. El voguing, anteriormente excluido a clubs queer, traspasa al público general y se convierte en tendencia. Lo disidente ahora es moda. En la actualidad, existe la discusión sobre si la propuesta que realiza Madonna es una plataforma de visibilidad al colectivo o más bien una estrategia de apropiación cultural de un movimiento que no le pertenecía. Lo seguro es que la cantante arriesgó en aquella jugada, tomada en un contexto en el que la estigmatización del colectivo LGTBQ estaba en sus picos elevados debido a la propagación del VIH. La letra de la canción recita: “No hay diferencia si eres un chico o una chica, si la música suena te dará nueva vida. Eres una superestrella”. De esta forma, Madonna invita de forma sugerente al receptor del videoclip a superar las cadenas de la sociedad y liberarse para ser uno mismo.
Take Me To Church, un grito contra la homofobia
Una historia de amor en blanco y negro acompaña la historia que relata el videoclip. Amor homosexual. Dos muchachos se enamoran. Escondidos, se funden en un beso en el lago. Demasiado tarde, peligro. El montaje audiovisual del videoclip combina escenas de los jóvenes disfrutando de su relación y otras de encapuchados que atacan la casa de uno de los chicos. Huyen, pero uno de ellos es interceptado. Una hoguera, una caja y una paliza protagonizan el final del cortometraje, pero dejan al espectador con la duda sobre el destino de la pareja. Es la batalla entre la destrucción y el amor.
Parece una analogía al pasado, pero es una realidad. Stop, minuto 1:30. Una televisión muestra las imágenes de unos jóvenes rusos reivindicando derechos para la comunidad LGTB. Los directores del videoclip, Brendan Canty y Conal Thomson, relatan la historia de dos jóvenes rusos que sufren las consecuencias de una homofobia aceptada. El Centro Levada realizó una encuesta en 2019 donde mostró que el 43 % de los rusos piensa que los homosexuales no deberían disfrutar de los mismos derechos que los heterosexuales. A su vez la protección legal del colectivo LGTBQ en el país es prácticamente nula. En 2013, el presidente Putin promulgó la “Ley contra la propaganda homosexual”, que condena la difusión de contenidos sobre la homosexualidad a menores.
En sintonía con el videoclip Hozier, el compositor de la canción, trata la “hipocresía” de la Iglesia Católica. “Llévame a la iglesia, adoraré como un perro en el santuario de tus mentiras”, expresa el lema. En una entrevista para eldiario.es, Hozier denunciaba que la Iglesia tan solo “ha aportado a la sociedad una justificación para la homofobia institucional”.
A través de los recursos audiovisuales que ofrece el formato del videoclip, Take Me To Church harmoniza canción y video para ser un grito en contra de la violencia ejercida hacia el colectivo alrededor del mundo.
¿Qué hay del futuro?
La aparición de las redes sociales, como Youtube, implica una mayor repercursión y recepción de los videoclips musicales. Junto a este fenómeno, en una sociedad cada vez más concienciada de las injusticias, no es raro encontrar referencias audiovisuales sobre las clamas de diferentes colectivos.
En las últimos años, surgen más artistas comerciales abiertamente queer como Demi Lovato, Hayley Kiyoko o Troye Sivan que muestran sin tapujos la diversidad sexual y rompen con los roles de género establecidos. Este fenómeno implica una oportunidad de la consolidación del videoclip como vehículo de protesta LGTBQ en la industria de masas. Sin embargo, será necesario reflexionar si la comercialización y banalización del propio concepto de lucha del colectivo LGTBQ podría significar la pérdida de esencia de la misma.
