Una rosa para el caballero

Por Lidia Aguilera

Sant Jordi acaba de matar al dragón, el caballero hercúleo del escudo con la cruz roja ha clavado su lanza en el lomo del animal que permanece sin vida en el tejado de la Casa Batlló y la cruz de cuatro brazos es prueba de ello. Por fin ha vengado a las víctimas, los huesos de las cuales decoran la fachada del peculiar edificio. Es 23 de abril, la diada de Sant Jordi en Cataluña y el día del libro en toda España, el Sol radiante ilumina las escamas policromadas de cerámica del animal legendario y el aroma a rosas inunda el antiguo camino que conducía a los barceloneses a la Vila de Gràcia. Un triunfante Sant Jordi es testigo desde lo alto del edificio del gran flujo de transeúntes que pasean por Paseo de Gracia. A pesar de las restricciones pandémicas de seguridad y las enormes colas para acceder al recinto donde se encuentran cientos de puestos de rosas y libros, Jofre y Domènec pasean entre la multitud en una diada de Sant Jordi muy singular.

Casa Batlló en Passeig de Gràcia durante la diada de Sant Jordi

Jofre ha despedido al único grupo de visitas guiadas que ha tenido en semanas, no sin antes recomendar a sus clientes que vayan a ver las paradas de Sant Jordi que ocupan los lugares más emblemáticos de la ciudad.

-Me paso el año esperando a que llegue Sant Jordi porque me lo tomo como un ritual y para mí es obligatorio regalar rosas o libros a las personas a las que quiero, tanto a familia como a mi pareja. – me cuenta el guía turístico, mientras le dedica una sonrisa a su pareja Domènec, quien sostiene una rosa en una de sus manos y un libro de Carlos Ruíz Zafón en la otra. Domènec tiene los ojos castaño claro y lleva el pelo fijado con mucha gomina, dándole a su tupé un cierto aire Elvis Presley. Para el joven, lo importante de este día es tener en cuenta a las personas que forman parte de tu vida.

-Mi madre también espera que le regale un libro y aborrece las rosas y aunque a mi padre no le hace mucha gracia que le regale a él la rosa, sé que cada año la espera.  – No solo las nuevas generaciones están reformulando las tradiciones de Sant Jordi, sino que también están contribuyendo a que las generaciones más longevas, que se han criado en entornos estrictamente tradicionales, abran su mente al cambio.

Sin embargo, muchos se mantienen fieles a la tradición, como Josep y Eulàlia, quienes descansan sentados en un banco del epicentro de Plaza Cataluña. Hace casi cuarenta años que cada 23 de abril Pep le regala una rosa a su mujer y ella una novela policíaca de las que tanto le gustan.

-La tradición no veo que haya cambiado y tampoco creo que tenga que hacerlo, ¿por qué debería? – me cuestiona Eulàlia.

Durante la jornada del 23 de abril, rosas y libros toman las calles de las villas catalanas cada año; estos dos elementos, cruciales en la leyenda de Sant Jordi, esconden una simbología que se ajusta a los roles de género establecidos. La rosa, por un lado, simboliza la belleza y la delicadeza, sin embargo, esta belleza es efímera, pues las rosas tardan tan solo unos días en marchitarse. En otras palabras, el significado que se esconde detrás de la tradicional flor de Sant Jordi es la belleza volátil de la mujer. En cambio, el libro representa la fuente del conocimiento, la personificación de la literatura como un objeto físico.

Leonie y Erik, una pareja de alemanes que, a pesar del COVID, ha venido de Erasmus a Barcelona, se fotografían en medio de la multitud de viandantes de Las Rambas. Para ellos, el hecho de regalar una rosa o un libro no debería depender del sexo de la persona, sino de los gustos de cada uno. Leonie sostiene en su mano una rosa de color azul celeste y agarra a su novio del brazo a la par que intenta posar de forma natural para la fotografía, aunque la mascarilla no le permita mostrar su bonita sonrisa.

El origen de la leyenda de Sant Jordi reside en una de las historias fantásticas que aparecieron sobre el caballero Jordi a raíz de su decapitación por desobedecer las órdenes del emperador Diocleciano de perseguir a los cristianos. Este relato de Sant Jordi nació en un contexto en el que el tema más recurrente de la literatura caballeresca era el amor cortés. En la leyenda, la princesa permanece pasiva y débil a la espera de su salvador Sant Jordi, quien consigue matar al dragón para después entregarle a su amada una rosa que nace de la sangre de la bestia. Sant Jordi encarna la imagen de un caballero clásico de la tradición caballeresca, es decir, la del soldado que no es más que el hombre en su faceta patriarcal militarizada.

María y María ojean los libros de los puestos montados en Plaça Universitat, intercambiando comentarios y risas mientras cada una sostiene la tradicional rosa roja de una tonalidad cercana al borgoña con el clásico envoltorio decorado con la señera. Más tarde, caminan juntas hacia otra parada en busca de un libro de poesía, pues ambas comparten su afición por la lectura.

-¿Consideráis que la leyenda de Sant Jordi es machista? – les pregunto a ambas.

-La leyenda es como es, una tradición medieval que siempre ha sido así, pero ahora soy consciente de que debemos romper con estos roles establecidos. – me responde la María, que lleva casi una decena de chapas en su mochila como externalización de sus ideologías, desde feministas a comunistas.

Los tiempos han cambiado y las tradiciones se deconstruyen adaptándose a los avances de la sociedad. Sant Jordi no debe ser otro día que nos recuerde las lacras que la humanidad arrastra, sino un día en el que celebrar la cultura y el amor en todas sus formas, géneros y razas, un día en el que romper los roles establecidos tal como reivindican las Marías. ¿Quién dijo que la princesa no podía matar al dragón?; ¿quién dijo que la princesa no le podía regalar un libro o una rosa a la princesa del reino vecino o el caballero una rosa o un libro al escudero?

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