“Eh, tú. Sí, tú. Te lo digo a ti, masculinidad distorsionada”

Por Irene Mur Zudaire

Tienes pene. De nuevo, te vuelvo a decir, tienes pene. Y por pene que tienes, se te otorga un puesto en la sociedad diferente al mío. Es un hecho. No te lo recrimino. Tranquilo, no estoy diciendo que vaya a coger un cuchillo y comience a eliminar todo pene cercano, próximo o ajeno, para colocarme a mí en su puesto. Lo que digo es que toda figura masculina, con pene, en boca de todos los pensadores con penes de la historia de Occidente, tiene un objeto premiado entre sus piernas. Mithu M. Sanyal en su libro Vulva pone en boca del psicoanalista Jacques Lacan, que la simbolización del sexo femenino no tiene ni el mismo origen, ni la misma forma de acceso que la simbolización del sexo masculino. En nuestro imaginario, solo existe, allí, una ausencia donde en otros casos hay un símbolo destacado. 

No digo que el sexo femenino no exista. Sanyal determina, como introducción a su análisis del recorrido histórico y cultural del órgano femenino, que, dentro de nuestro imaginario, el falo ha sido considerado como el único órgano sexual visible, y por lo tanto, verdadero. Nos habla de pensadores, de nuevo con pene, que han fomentado, en su ideología, este mismo pensamiento. Aristóteles asumía que sólo el hombre era capaz de desarrollar genitales sexuales completos. Sigmund Freud determinaba la fórmula concreta para conseguir a la figura femenina en la que sólo debías sacarle el pene al hombre, asumiendo que el primer ser humano debía ser masculino. O, Jean Baudrillard y Roland Barthes, quienes explicaban que, para poder clasificar el sexo, masculino o femenino, de un humano desnudo, en lo único que debían fijarse era si tenía pene. Así, la construcción imaginaria de un hombre o una mujer era determinada por la presencia del falo. Bueno, y la ausencia de la vagina o de un posible agujero negro, insólito y desconocido. O, quizás, en el mejor de los casos, como un pene insuficiente.

Pero no te espantes, han habido figuras pensantes opuestas a estas afirmaciones. Mientras Freud, orgulloso, no distinguía el falo como referencia simbólica y el pene como una realidad anatómica y, afirmaba que, la presencia, o no, de pene en la fase fálica daba respuesta a la sexualidad del infante, aparecía Lacan. El francés, explicaba que la distinción del término falo, en relación a la sexualidad, hacía referencia al pene no como una realidad biológica sino como una fantasía social. La misma que se ha ido construyendo entorno a su significación. Como el órgano visible, y por lo tanto, único, dominante y con poderes innatos en sociedad.

Así, para que nos entendamos, el falo es la construcción de una cadena de significantes en las que opera lo simbólico, lo imaginario y lo real. Y que, en su conjunto, dan forma a su proceso de significación. Una significación que no deja de ser el triángulo que une la mecha, la pólvora y la llama. Es el conjunto de herramientas sociales, históricas y culturales capaces de generar una explosión de significados en relación al falo como la única posibilidad válida. 

Los discursos hegemónicos salidos de la boca del patriarcado se encargaron de perpetuar las bases de la diferencia sexual. Es decir, ser consciente de que la diferencia de sexo, se basaba en esto, llevar o no entre las piernas un objeto con valor simbólico. Se afirmaba que, el constituirse como sujeto femenino, se daba en tanto que la ausencia del sujeto masculino, o casi, como un suplemento del mismo. El pensar el órgano femenino como existente ni siquiera se había podido llegar a considerar. No obstante, podríamos pensar que esto es más lejano de lo que nos pensamos. Que las dinámicas entre sujetos han cambiado. Pero a día de hoy, incluso después de Lacan y el trauma colectivo que ha supuesto el movimiento #Metoo, se siguen perpetuando estructuras opresoras.

Se han puesto sobre la mesa estas tóxicas dinámicas, y se ha cuestionado, de una manera más estricta o crítica, los roles de género, la construcción del deseo o las dinámicas que se establecen en los adentros de nuestras relaciones íntimas. Aún y así, me resulta aterrador que no se pueda comprender que la desigualdad que crea pensar el falo como el rey puede generar violencias peligrosas. Debemos cuestionar cual es la intención de la masculinidad si esta no pretende repetir las mismas dinámicas. Entender qué existe detrás de estos patrones.

La masculinidad como la entendemos hoy, como construcción histórica o cultural, se ha caracterizado por la voluntad de entender el cuerpo de la mujer como patrimonio. Como un lugar desconocido con la intención de ser colonizado. Es cierto que las nuevas olas del feminismo han modificado la idea de lo masculino, pero se ha seguido entendiendo la relación entre sujetos como una lucha por los recursos. Unos recursos que pueden ser reproductivos si entendemos, en boca de la heterosexualidad política, el cuerpo de la mujer como un patrimonio a explotar. Se ha tratado de mantener a la masculinidad como figura dominante. No se ha necesitado el análisis y la reconstrucción de sus bases en sociedad. Se ha mantenido en su posición. De este modo, ha escuchado y ha interpretado las reglas con el fin de mantener, como he ido leyendo en boca de Antonio J. Rodríguez, sus dos únicas voluntades: colonizar el cuerpo de la mujer y, al igual que en los conflictos territoriales, establecer un estado de guerra permanente con otros hombres.

De este modo, lo que socialmente debes hacer es entender el cuerpo de la mujer como un territorio no colonizado. Y, tú, como figura masculina tienes la potestad de apropiarte de cada uno de sus territorios. Y no digo que el asumir el deseo como dominación no sea entendido también por cualquier otra figura posible. Lo que asumo es que en relación a lo masculino, la posesión del cuerpo de la pareja es una voluntad innata. Una voluntad de poseer lo que aún no es tuyo. Y que, a su vez, implica permanecer en un estado de alerta constante. Como en una guerra permanente. 

¿Una guerra? Sí, mira, te cuento el proceso. Te gusta un cuerpo. Lo acechas. Lo analizas. Validas que sea normativo y por lo tanto, acorde dentro de tus círculos. Comienzas a entender el cuerpo de la mujer como una ficción cocinada en los recetarios católicos. Aquellos que te hablan sobre la femme fatale. La deseas. Mucho. Pero le tienes miedo. Tienes miedo a que ella pueda ser superior o, incluso, a que pueda ocupar tu puesto. Es por este motivo por el que decides tomar como herramienta la dominación y, a su vez, comienzas el plan de colonización. En todo este proceso, tu cuerpo está alerta. En tensión. Ya que todo movimiento a su alrededor se convierte en una amenaza. Y, aunque ya hayas conseguido que su cuerpo sea tuyo, todo sujeto, aka ex, que haya recorrido previamente su cuerpo, se convierte en un contrincante en potencia. Alguien que, de entrada, debes odiar.

No obstante, antes de asumir alguna afirmación, es importante definir el concepto de masculinidad. De qué hablamos cuando hablamos de tu masculinidad. Y es que, la obsesión por la escritura de Antonio J. Rodríguez, me ha jodido. A partir de sus palabras no he parado de repensar qué se entiende por masculinidad. De cuestionar las figuras masculinas que existen en nuestro entorno. De pensar en sus actitudes e intentar clasificarlas. Y es que de masculinidades existen infinitas. Al igual que existen infinitas identidades. Pero, no por esto debemos dejar de pensarlas como conjuntos.

En una charla entre Antonio y Eloy Fernández Porta dada en el CCCB en el marco de 100% femenino, 100% masculino. El deseo en la era del feminismo viral se afirmaban que, en contraposición a las olas del feminismo, se han acentuado dos colectivos que marcan nuestra sociedad. Por un lado, se ha establecido un recalentamiento reaccionario en el terreno de lo político. Hemos podido asistir a toda una presencia de figuras mediáticas coqueteando con lo fascista y avivando lo normativo como lo único válido. Con la intención de crear una masculinidad reaccionaria sin ningún tipo de complejos. Y por otro lado, ha surgido una figura masculina supuestamente reformista. Una masculinidad de collares de perlas y uñas pintadas de blanco. Una masculinidad de la que no me fío ni un pelo. Una masculinidad que subvierte el cambio con el fin de quedarse en su puesto. Como dice Antonio, una nueva masculinidad de siempre. 

Pero, aunque me muerdo la lengua por el ansia de criticar esta supuesta nueva masculinidad. Me gustaría centrarme aquí en aquella figura masculina más reaccionaria. “Saludos, amigos de verdad. Machos alfa. Hoy tengo algo muy importante que compartir con vosotros.Hoy he tenido un momento de claridad. ¿Cuál es la puta definición de ser masculino hoy en día? Si le preguntas a la masa de hombres, la gran mayoría están de acuerdo que un hombre debería de ser fuerte, valiente, competente y honorable.  Tendrás más éxito cuanto más jodidamente agresivo seas. A la madre naturaleza le encanta ese jodido tipo de mentalidad y de energía. Le encanta, le encanta de verdad. La madre naturaleza, los dioses, la vida misma. Todo.”

Así comienza el video-ensayo del artista Santi Ruiz. En Hombresfera trata de exponer un breve recopilatorio de figuras masculinas gravemente distorsionadas donde se enseña que, como asume Antonio J. Rodríguez, la construcción de la masculinidad se produce por un proceso de homofilia. Y, aunque parezca un escenario surrealista se sigue teniendo demasiado miedo a la homosexualidad. Y esto es gracias a los imaginarios que siguen perpetuando nuestra sociedad. Imaginarios que entienden que la única unidad básica de la sexualidad es la familia, si destruyes eso, destruyes la sociedad. Así que sí. Existe, aún, un gran grupo de personas que, convencidas, proclaman que la homosexualidad, aquello considerado como obsceno, ataca al núcleo familiar normativo.

Mark Fisher, en su libro Lo raro y lo espeluznante nos explica que el miedo a lo desconocido es la emoción más antigua. Así, creo que con la destrucción y reconstrucción de la masculinidad pasa lo mismo. El sujeto masculino, al estar cómodo en su posición, al tener ventaja en sociedad y generar unas desigualdades que a él no le afectan, se aterroriza en el momento en el que su puesto comienza a tambalear. ¡Es por este motivo por el que la figura masculina toma el rumbo más reaccionario! Al igual que si le intentas sacar un dulce a un niño, su primera reacción es de enfado, rabia y recelo, pero a medida que pasan los minutos el niño, anhelando su dulce comienza a llorar. Comienza a sollozar y, poco a poco, él solito comienza a consumir su voz y su energía. 

Pero el proceso no es individual. El proceso pasa a ser colectivo en el momento en el que se crean plataformas que avivan el querer mantener al hombre como el único dominante. En The Red Pill lo vemos claro. El documental se adentra en las entrañas de la plataforma digital A voice for men. La periodista estadounidense Cassie Jaye, decide entrevistas a Paul Elam, su fundador, y a más figuras influyentes del movimiento a favor de los derechos del hombre. En el documental explican que a raíz de las olas feministas ha surgido una masculinidad oprimida. Que… ups… me recuerda bastante a la reaccionaria. Una masculinidad que va perdiendo los derechos. Como dice Paul B. Preciado en su libro Testo Yonqui  estos depredadores sexuales explican, con orgullo y llantos ocultos, que el modo de castigar y controlar la sexualidad masculina es transformarla simbólica y corporalmente en femenina. Se produce así un doble efecto del que ya conocemos los resultados: la criminalización política de la sexualidad masculina y la victimización de la sexualidad femenina. Para ellos, ¡un desastre! ¡Algo inconcebible!.

Básicamente es porque, de raíz, la concepción del poder y de los cuidados está completamente tergiversada. “El recolector de basura no se levanta a las 3 o 4 de la mañana durante la lluvia, el rocío y la nieve y sale a levantar basura para tener más poder sobre su esposa. Es ese poder que pierde sobre su vida para poder hacer su contribución, su sacrificio, su forma de amar”. En el documental podemos ver cómo la forma de amar está directamente relacionada con el hecho de ganar más o menos dinero. Quién tiene un ingreso más alto se le otorga el máximo poder en casa. Y para este tipo de sujetos masculinos, esta misma razón, es la traducción de un verdadero amor. 

La figura masculina está construida con el fin de serlo todo. Todo, menos vulnerable. O si decide serlo, lo es de un modo retorcido. Como los Incels, célibes involuntarios o White Trush, basura blanca. Son colectivos de hombres masculinos incapaces de tener cualquier tipo de contacto sexual que expresan sus frustraciones a través de la violencia misógina. Y vaya, esto es peligroso. Es muy peligroso confundir el sufrimiento con la represión. 

Aún así, comentando el documental con mi compañera Andrea Carandini, seguimos teniendo dudas al respecto. No deja de ser una ficción que analiza los personajes masculinos y reaccionarios de los Estados Unidos. Sabiendo que en la sociedad americana existe un problema de capitalismo exagerado y una concepción del poder distorsionada, creo que es importante analizar desde qué perspectiva lo debemos mirar. Y, con esto, no intentamos asumir que el problema no venga de la masculinidad oprimida o reaccionaria. El documental deja ver que el sistema capitalista está aumentando la desigualdad y el sufrimiento de los hombres con el fin de dar voz a las mujeres. Incluso figuras femeninas apoyan y luchan en favor de estas declaraciones. Pero, consideramos que, el problema no se soluciona buscando culpables. Sino, repensando de qué manera nos relacionamos unos con otros. De este modo, quizás, la cuestión no es criminalizar al oponente sino revisar las estructuras que nos modelan.

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