Arte digital y NFTs

Por Andrea Carandini Ibarra

La aceleración de la digitalización de todos los ámbitos de nuestra vida desde que comenzó la pandemia no ha frenado ni un minuto. Aunque parezca que vislumbramos la famosa vuelta a la normalidad, cuando esto termine vamos a encontrar muchos cambios lo que algunos comienzan a llamar la 4ª revolución industrial. Desde 2009 la tecnología blockchain y la criptomoneda están revolucionando el sistema financiero, dando de lado al establishment económico mundial. Un nuevo sistema regido por la confianza en una cadena de bloques de datos descentralizados imposible de hackear.

Ilustración: David Acevedo

Desde que apareció Bitcoin y otras criptomonedas, muchos inversores se han enriquecido fuera del sistema económico tradicional, que ve cómo una nueva generación siente más atracción por esta criptodivisa que por el sistema de valores tradicionales. Aunque cada vez más plataformas permiten utilizarla como método de pago, la criptomoneda es vista mayoritariamente como una reserva de valor. Es la fiebre del oro digital. Pero para que haya especulación tiene que haber escasez. En el caso de Bitcoin, su propio sistema de minado pone un límite a la creación de moneda: 21 millones de bitcoins. Haciendo los cálculos a partir del actual ritmo de minado, el último bitcoin será extraído en año 2140, dentro de 122 años. Llegados a esa fecha, los bitcoins en circulación serán las únicos que haya y que nunca habrá sobre el tablero.


Y donde hay dinero, inversión y especulación, tarde o temprano llega el mercado del arte. Este invierno Christie’s subastó por primera vez un NFT. “Everydays – The First 5000 Days”, obra de Mike Winklemann, artista digital conocido como Beetle, alcanzó el precio de 69 millones de dólares. 5.000 dibujos pintados durante 13 años unidos en una misma imagen. Desde entonces, cada día nuevos artistas anuncian que van a crear sus propios NFTs, desde Damian Hirst, Kate Moss o The Wekkend.

NFT significa token no fungible y es una unidad de datos almacenada en una cadena de bloques y certificada para representar un activo digital único e irremplazable. Por lo general, son indivisibles, escasos y no se pueden reproducir. Un NFT puede ser una obra de arte, un registro de la propiedad o incluso un asiento en un estadio, específico para ese activo.Como características centrales, las NFT son inmutables, indivisibles, escasas y transparentes. Tienen un autor y se pueden comprar y vender con fines de lucro. La tecnología NFT no impide que otras personas accedan al trabajo ni limita la capacidad de las personas para hacer copias del mismo. La unidad de datos se registra en un libro mayor inmutable (blockchain) y sus metadatos establecen la propiedad públicamente.  

Desde que existe internet la diferencia entre el original y la copia ha sido algo casi inexistente. Inicialmente entendido por mi generación como una liberación anárquica de la cultura de sus sistemas opresores, también supuso muchas pérdidas para el mundo editorial o musical entre otros. Esta nueva forma de certificación vendría a aportar en cierta forma el aura de originalidad que nunca tuvo el producto digital.  La esencia de la obra de arte de la que hablaba Walter Benjamin. Las imágenes, canciones, textos podrán seguir compartiéndose infinitamente, pero solo uno será el original.


El espacio que lo digital ocupa en nuestra vida es cada vez mayor, por lo que invertir en productos exclusivos en este medio cobra cada vez más sentido. El mundo de la moda fue el primero en subirse a esta tendencia. Desde 2019, diseñadores digitales crean modelos exclusivos para avatares de videojuegos como Fortnite o Los Sims. Moschino o Gucci ya han lanzado prendas exclusivas para este medio y plataformas como The Fabricant ya se dedican exclusivamente a la moda digital. Curiosamente, Louis Vuitton ya hizo una colaboración con Beetle en su colección SS19 incorporando pantallas digitales a sus bolsos e incorporando los prints originales del artista a sus prendas, volviendo a confirmar que la moda siempre va un paso por delante.

Pero, ¿qué diferencia la obra de arte digital del coleccionismo de imágenes digitales? Los primeros NFTs han sido tweets, artículos del New York Times, memes y jugadas de la NBA; productos digitales que pueden alcanzar gran valor dentro del coleccionismo, algunas como reflejo de la propia historia de internet como medio, pero que no dejan de funcionar como colecciones de cromos. No se trata de obras de arte en sí mismas. Serán únicos y exclusivos, pero si el sentido de la obra no genera algún tipo de reflexión, ¿qué valor tiene como obra de arte?

“Everydays – The First 5000 Days” Beetle

En el caso de “Everydays – The First 5000 Days” de Beetle, cada una de las 5.000 ilustraciones tienen un valor artístico y en conjunto refleja la evolución técnica de un artista cada vez más relevante. Pero la obra final no deja de ser un collage compuesto de muchos cuadraditos. Su valor reside en la acumulación del trabajo realizado por el artista y en el medio en el que se reproduce. Pero inevitablemente surge la pregunta de si esta obra tendría valor si no fuese un NFT. Como collage impreso sería bastante pobre y las obras individuales se pierden en el conjunto.


McLuhan decía que el medio es el mensaje y nos encontramos ante un nuevo medio, salvaje y lleno de posibilidades, pero que todavía no comunica nada nuevo más que a si mismo. Los NFTs abren un mundo de posibilidades para los artistas que ya trabajaban en el mundo digital y virtual y para los que sepan adaptar su obra a este nuevo medio. Pero hay una cierta magia de la anarquía infinita de internet que definitivamente se ha roto.

Poco a poco, la libertad que este medio nos aportaba se va acotando y pese a que la tecnología blockchain sigue unos criterios anti hegemónicos, no deja de regirse por el capitalismo de plataformas en el que vivimos. Nuestros datos funcionan como moneda de cambio y cada vez somos más conscientes de que internet no es tan abstracto como pensábamos. Esa nube en la que flotan nuestros datos es de carbono y daña nuestro planeta como tantos otros productos contaminantes. La ligereza de la que hablaba Lipovetsky no es tan etérea y sus consecuencias en el mundo real son muy tangibles. El mundo digital entra en una nueva etapa. Pero es menos virtual y ajena a la realidad de lo que esperábamos.

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