Por Marina Folch Garcia
Invasoras de innumerables leyendas, mitos y cuentos, las brujas han sido uno de los personajes más enigmáticos en toda la historia de las religiones. Capaces de fascinar a la humanidad con sus rituales y ceremonias ocultas, metamorfoseándose en bellas jóvenes o ancianas seniles, siguen embrujándonos con aquello que un día fueron, o siguen siendo.
No es novedad que su paso por la tierra se remonta a los tiempos más antiguos, y aunque la primera vez que se usó el término «bruja» fue en la Biblia, en la mitología grecolatina se hace referencia a un ser malvado y volador que nombran «estirge», que se alimentaba de la carne y sangre de los recién nacidos para sobrevivir; Comportamientos similares al concepto de bruja moderna. A pesar de que en la mitología griega aparecieran hechiceras como Circe – que convertía a sus enemigos en cerdos – o su sobrina y alumna Medea, no es hasta el Renacimiento que el concepto «bruja» se transforma en la percepción moderna que tenemos contemporáneamente.
Fue el ilustre pintor y grabador Alberto Durero el que determinaría en un par de grabados, la imagen estereotipada que adaptaríamos hasta el presente a estas criaturas. Precisamente, se encargó de instaurar esas dos figuraciones ambiguas que constituyen a la bruja. Por un lado, Las cuatro brujas de 1479 nos presenta a cuatro jóvenes desnudas y atractivas, capaces de seducir a los hombres con su falsa inocencia; Por el otro, Bruja montando una cabra al revés aproximadamente del 1500, retrata a la tradicional mujer envejecida, nariz aguileña y cabellos blancos, matriarca de las brujas en la cultura popular.
A partir del siglo XVI, cuando tuvieron lugar los crueles juicios por brujería que ocuparon toda Europa, hubo como resultado una multiplicación de símbolos, imágenes y alegorías misóginas referentes a las brujas. Mientras que los artistas aprovechaban el inquietante desconcierto y atractivo morbo de sus hazañas y destino para producir obra – sobre todo gracias a la invención de la imprenta – muchas mujeres vivieron con el miedo de ser condenadas y quemadas en la hoguera.
Acusadas de brujería y devoción por el diablo, se estima que se ejecutaron entre 40.000 y 60.000 personas – la mayoría mujeres – en Europa del siglo XVI y finales del XVII. Casi todas ellas eran mujeres viudas, pobres, campesinas o curanderas que no tenían voz para exculparse de todos los males de los que se las incriminaban: una mala cosecha, las tormentas y el granizo, la infertilidad o la muerte del ganado.
Por alguna razón, las cazas de brujas apenas ocupan algunas páginas en los libros de historia, y las condenadas se han adueñado de miles de mitos y leyendas del folclore popular, siendo criaturas malévolas, llenas de frialdad y de naturaleza voraz que no merecen piedad alguna. Y sí, yo como consumidora de novelas, películas y relatos de terror, donde la bruja es el mal encarnado que se ha de erradicar para poder contribuir en un bien mayor para toda la humanidad, también me planteo la injusticia detrás de aquellos juicios y las verdaderas explicaciones tras aquellas sentencias.

Muchas historiadoras y antropólogas contemporáneas como Silvia Federici, afirman que «la caza de brujas fue funcional», una pieza más en los sistemas de dominación masculina en los inicios de la era moderna de Occidente. Dejando atrás el modelo feudal que regía hasta el momento, y poco a poco adentrándose en el sistema capitalista – que bien conocemos – tiene lugar una reorganización laboral y del trabajo doméstico: los roles de géneros quedaron contrastados, así como su papel dentro del entorno familiar, en la sexualidad y, por ende, en las relaciones entre hombre y mujer.
Aquellas que no procedían según lo establecido, emergían dentro del procedimiento capitalista instaurado por los hombres, siendo toda una amenaza para su funcionamiento. La solución era sencilla e indiscutible, –aquellos que contradecían la sentencia, también padecían el mismo final– eran estigmatizadas como diabólicas, y condenadas por brujería. Casi todas ellas se consideraban malas cristianas; Mujeres liberales e independientes, con saber, inteligencia y conocimientos para impartir trabajos más allá de su salvaguardado hogar. ¿A caso fueron ellas, las temibles brujas, las primeras feministas de toda la historia? ¿Fueron los famosos aquelarres los primeros movimientos feministas? Porque, aunque el término «feminismo» no se empleara en esos tiempos, parece que esas mujeres soportaran el mismo lastre y opresión masculina por la que hoy en día seguimos quejándonos, ¿no? Historiadoras opinan que las cazas de brujas no hicieron más que facilitar el desarrollo del régimen patriarcal que aún sigue rigiendo y delimitando nuestra sociedad.
La bruja se ha transformado en un personaje atrayente para su mercantilización; La industria ha logrado convertir un genocidio en un producto capaz de venderse. Por ejemplo, en el Pirineo navarro podemos visitar unas cuevas, foco de la brujería vasca, donde se dice que las conocidas brujas de Zugarramurdi se juntaban para sus rituales, fiestas paganas y culto al mal, y posteriormente fueron asesinadas por la Inquisición española en el año 1610. Lo contraproducente del turismo no es su visita, sino la falta de exposición e instrucción sobre los hechos ahí cometidos. Parece poco decente sacar partido de unos asesinatos injustos a mujeres que no recordamos por sus buenos actos, sino por el disfraz con el que unos decidieron recubrirlas.
Ahora bien, ¿y si realmente existieron? O, en todo caso, ¿y si siguen existiendo? Quizás el problema con la brujería es precisamente su interpretación. El historiador Roland Hutton habla sobre la alteración que tubo el concepto bruja en Occidente, en su libro The Witch: A history of fear, from ancient times to the present, publicado por primera vez en el 2017, donde reconsidera la – inconcebible – objetividad de la brujería.
Hutton puntualiza el salto a la fama que vivió este personaje en la Europa moderna temprana, sin embargo, nos explica como sus orígenes son geográficamente diversos e históricamente mucho más profundos de lo que creemos. El experto en religiones paganas describe la brujería como una dimensión humana que forma parte de nuestra existencia des de las civilizaciones más ancestrales. Lo curioso, es que se han encontrado indicios y motivos de brujería muchísimo más precedentes a la creación de las religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islam), aquellas que dividen la realidad entre el bien y el mal, una deidad benevolente y su antagónico maligno; Por lo tanto, esa asociación moderna entre la brujería y la veneración al demonio es inverosímil: la bruja existió mucho antes que el diablo.
Y si la brujería no tiene nada que ver con el satanismo, el culto al demonio y su idolatría, ¿qué se supone que es exactamente? Lo más probable es que sus interpretaciones actuales hayan diluido su aspecto verdadero, y las ocupaciones que desempeñaba. Según Hutton, y muchos más historiadores y estudiosos sobre antiguas civilizaciones, hacen referencia a la brujería como un modo de interpretar el mundo, sus ritmos y equilibrio; una profunda conexión con la naturaleza, capaz de escuchar la fauna y la flora para conseguir beneficio, siempre des de un respeto y cortesía absoluto. Se puede imaginar a la bruja ancestral como la mujer capaz de pronosticar el tiempo de lluvias, la buena cosecha, el momento idóneo para la caza o la oscilación de las mareas. ¿Era posible de aquello gracias a la magia oscura? Creo, como Hutton, que todo se debía a su talento para entender la Tierra y su funcionamiento.

Que estas habilidades nos parezcan fantásticas hoy en día puede ser por consecuencia de una clara separación y alejamiento de la naturaleza. A medida que transcurre el tiempo, el ser humano parece divergir más intensamente de sus orígenes elementales con el planeta. Antiguamente, las civilizaciones crecían y prosperaban de la mano de la Tierra; Hoy, prosperamos abusando de ella. Tal vez, en lugar de temerlas, aterrorizarnos y acusarlas de malos actos, deberíamos aprender de las brujas originarias; Aquellas más listas que cualquier inculpador; aquellas que sabían como atender a los sucesos del planeta; mujeres con un sexto sentido que probablemente han difundido su legado a través del tiempo hasta nuestro presente.


