Neverland

por Rafael Cribillés

Michael Jackson a la salida del tribunal superior de Santa Barbara, California. Momentos después de ser absuelto de todos los cargos el 13 de junio de 2005. Foto: Haraz Ghanbari (Associated Press).

Es fácil recordar cualquier momento de nuestras vidas en el que una canción de Michael Jackson haya sonado de fondo. También es igual de fácil, recordar alguno de los múltiples escándalos, rumores o polémicas que se conjuraban alrededor de su figura. Eran igual de pegadizos y se repetían igual de insistentemente que alguno de sus estribillos. “Se le ha caído la nariz.” “Quiere ser un hombre blanco, reniega de su herencia afroamericana.” “Organiza fiestas de pijamas con niños: es un pedófilo.” Todo ello y más copaba las páginas de los tabloides sensacionalistas día tras día. Pocas personas serían capaces o estarían dispuestas a sentir empatía por Michael Jackson. Ya que él mismo se expuso al ojo mediático, y con ello a ser susceptible al juicio. Aunque tampoco se trata de formular una carta en defensa de las celebridades. ¿Quién las defendería más que sus fans? Son su ejército particular al que sustentan con tweets y selfies. Sin embargo, lo que hoy nos incumbe es el documental Leaving Neverland (2019) dirigido por Dan Reed. En el que Wade Robson y James Safechuck, respectivamente, narran los abusos sufridos en manos del Rey del Pop durante su estancia en el rancho del artista. En un desgarrador y, en muchos momentos, nauseabundo relato explicado con todo lujo de detalles.

En el momento que el documental vio la luz, todos los detractores de Michael Jackson, y del patrimonio que acarrea su legado a día de hoy, se frotaron las manos. Fue la excusa perfecta para revivir los fantasmas del pasado. Mediante una narrativa unidireccional en la que no se expresan más pruebas que las supuestas vivencias de Robson y Safechuck versus el silencio exánime de Jackson. Tal y como explicaba uno de sus hermanos, Jermaine Jackson a Good Morning Britain: “No era la primera vez que ambos acusadores buscaban el modo de sacar rendimiento a su vínculo del pasado con Michael”. Siendo todas sus apelaciones denegadas por la justicia estadounidense y la gestión del Michael Jackson Estate. La última opción que les quedaba era la de producir un documental incendiario con el que lograr proyección mediática –percibiendo el beneficio económico que ello comporta–, y dinamitar de nuevo la figura del Rey del Pop.

Por otro lado, la duración del documental es la vertiginosa cifra de tres horas cincuenta-y-seis minutos. La extensión suficiente como para embaucar y convencer, en lo que parece ser, un relato explícito y producido para un público pedófilo. Desgranando, fase a fase, las estrategias psicoemocionales que se pueden llevar a cabo para lograr perpetuar los abusos. Presumiblemente cometidos en este caso por Michael Jackson, lo que le aporta al documental un aura de interés estelar extra. Paradójicamente a la cantidad de filigranas y a la capacidad de mantener un rostro de cordero degollado de Safechuck y Robson durante casi cuatro horas, jamás se encontraron pruebas que imputasen a Jackson de los abusos. Interrogaron a todo el personal de Neverland Valley, revolvieron las múltiples viviendas y edificaciones en busca de pruebas. Entrevistaron a los niños y a sus padres que habían mantenido una estancia en el rancho… y jamás se encontró ninguna prueba. Macaulay Culkin, el famoso niño de la película Home Alone (1990) fue el que más tiempo mantuvo una relación de amistad con Michael Jackson. Esa misma y excéntrica amistad de un hombre de treinta años con un niño de diez años. Pero a la hora de la verdad, jamás  –en toda la extensión de la palabra apelando al País de Nunca Jamás– testificó y denunció por parte de Jackson ningún tipo de conducta sexoafectiva. Aunque de todos modos, el juicio ya estaba hecho. Tabloides como The SunDaily Star y Daily Mirror aprovechaban el interés intrínseco que Michael tenía en el público. Para transfigurar y, si cabe, sublimar todavía más todo aquello moralmente cuestionable de su persona.

Como no podría ser de otra manera, en el año 2005 se ofició uno de los eventos más reprochables a nivel periodístico de principios de siglo. El proceso fiscal que imputaba a Michael Jackson a diez cargos, cuatro de ellos por abuso de menores. El suceso fue cubierto por cadenas estadounidenses e internacionales durante las veinticuatro horas del día. En el momento en que, por la mañana, Jackson se presentaba al juicio, le esperaba toda una horda de paparazzis y reporteros que filmaban y retransmitían su llegada. Contando también con el apoyo incondicional de sus seguidores, que gritaban a pleno pulmón el lema not guilty e innocent. Incluso hubo un día en el que, inundado por la fatiga y con un evidente deterioro físico y mental, Michael se presentó al juzgado con un pantalón de pijama. Fue tildado por los medios como Pyjama Party. Mofándose continuamente y estirando todavía más el chicle de lo que parecía ser un escrutinio social sin precedentes. Fue absuelto de todos los cargos por falta de pruebas.

Michael Jackson llegando tarde y visiblemente debilitado a la corte superior de Santa Barbara en el año 2005, en lo que se conoció como “Pyjama Day”. Vídeo: HLN.

De todos modos, era indiscutible que la figura de Michael se prestaba a todo tipo de especulaciones. Un hombre que nació con rasgos afrodescendientes y que ahora tenía la apariencia de un vampiro de tez blanco nuclear. A su vez, estaba claro que no solamente se trató de las consecuencias de la enfermedad del vitíligo, tal y como declaró a Oprah Winfrey en 1993. Si no que también la ciencia, o mejor dicho, los procedimientos de cirugía estética tuvieron que ver en su metamorfosis. Finalmente, a mediados de los noventa y en sus últimos años en vida, Jackson era totalmente irreconocible. Se había creado un rostro o máscara a su medida. Y la transformación también fue cubierta por el sensacionalismo más repugnante e impúdico que ha existido. El mismo que por contrapartida acabó con la vida de Lady Di en 1997. 

En este caso, lo interesante no es reivindicar a Michael exculpándolo de todas los rumores que le rodeaban. No se trata de un acto de favoritismo que pretenda idealizar una vida exhaustivamente monitorizada y automáticamente puesta en tela de juicio. Más bien es acerca de reivindicar la figura de la estrella, o en este caso, del famoso. Es innegable que Michael Jackson, después de Jesucristo, es el hombre con más fama que ha pisado la faz de la Tierra. Así mismo, es interesante ver como las conductas y la relación estrella–medio–público operaron en un momento determinado.

A Jackson habría que contemplarlo desde otro punto de vista. Y no precisamente desde la frivolidad que se puede leer de forma implícita al hablar de las estrellas. Realmente, lo fácil es dejar que el peso de la gravedad haga su trabajo y creer en toda la narrativa mediática conjurada. Pero no deja de ser relevante observar a Michael no como el ejecutor de unos abusos infundados. Que en cualquier caso, pueden derivar de una mala gestión de su imagen pública mediante una relación atípica con los niños. Y evidentemente, arraigados a un chantajismo y oportunismo de rédito multimillonario.

De modo opuesto, lo que es más sugestivo es ver a Michael como receptáculo de los abusos. Abusos sufridos en manos de su padre, Joseph Jackson. Que a día de hoy, son casi tan icónicos y vox populi como su propia carrera discográfica. Tampoco es ingenuo plantearse los abusos de explotación infantil que fueron llevados a cabo en sus largas jornadas laborales en la discográfica Motown. Y durante las interminables giras junto a sus hermanos, The Jackson 5, entre los años sesenta y setenta. En las que Michael desarrolló una bronquiolitis respiratoria generalizada y una inflamación pulmonar crónica. A causa de la inhalación del humo de tabaco que residía en el ambiente de los locales de ocio nocturno, tal y como su autopsia del año 2009 detallaba. 

De igual importancia, los abusos en el terreno de la cirugía plástica fueron consecuencia directa, de nuevo, del maltrato físico y psicológico que Joseph Jackson ejerció sobre Michael. Destacándole peyorativamente el tamaño de su nariz y la negritud de su piel. Perpetuando una serie de estereotipos racistas adheridos al propio colectivo afroamericano. 

Los medios de comunicación tampoco se resistieron al tiraje y la facilidad de vender ejemplares y acumular televidentes. Apodos como “Wacko Jacko” (Jacko el Loco) llenaban los quioscos del mundo entero antes de que el World Wide Web transformase la manera de consumir información. Las fake news eran continuas, en lo que parecía ser una difamación a escala global. 

También es interesante no obviar que, en el año 2003 Michael denunció una serie de abusos policiales durante entrevista con Ed Bradley en el programa 60 minutes. Según Jackson, al llevarlo a comisaría para interrogarlo, lo esposaron de un modo concreto en la que los agentes tenían la certeza de que le iba a infligir daño. Provocándole, después de horas maniatado, un dislocamiento en los hombros. Pero aquí no acabó la experiencia con la policía estadounidense. Tal y como explicó Michael, tras un tiempo en comisaría, solicitó ir al lavabo. Momento en que le acompañaron a unos aseos que, según relata, las paredes estaban cubiertas de excrementos. Lo mantuvieron encerrado ahí durante cuarenta y cinco minutos. Pasando de vez en cuando algún agente para mirar por la ventanilla de la puerta y preguntarle: “¿Huele lo suficientemente bien para ti ahí dentro?”

Por último, sus abusos a los calmantes de prescripción médica desembocaron en un cóctel de barbitúricos. Que presuntamente acabaron con su, para entonces, atormentada vida. Fue decretado como un homicidio involuntario por parte del Dr. Conrad Murray en 2011.

Algo está claro: habría que plantearse si ahora en pleno 2021 hubiese una figura pública como Michael Jackson en el show business, ¿qué trato recibiría por parte de los mass media? Ante un público que parece estar cada vez más concienciado con lo duro que es vivir en el spotlight desde la más tierna infancia. Y que cada vez está más sensibilizado con las enfermedades mentales y los trastornos dismorfofóbicos, que evidentemente Jackson sufría. De igual manera, es casi seguro afirmar que Michael era una persona sumamente herida y traumatizada desde niño. Y como persona, no como celebridad ni icono cosificiado, se merecía un juicio con todas las garantías legales. En el que el veredicto fue la inocencia. Pero no nos engañemos con respecto al interés público. Consumimos un sistema mediático en el que lo que prima es el morbo y el cómo, no el qué. Así pues, era mucho más interesante la idea de la culpabilidad. Caricaturizar a Michael como un ser despreciable que tenía al mundo engañado con su supuesta filantropía, altruismo y talento. Pero que en el fondo no se trataba de nada más ni nada menos que de un monstruo. Logrando a la vez, hacerle pagar por su privilegio, estatus e inmortalidad. Se trata de una de las dinámicas contemporáneas más perturbadoras que existen. La cultura de “cancelar” a los personajes mediáticos, tan popularizada hoy en día en las plataformas online. Subiendo a una persona al Olimpo de los dioses, otorgándole un tratamiento de ser canonizado. Para finalmente, observar atentamente y con palomitas su descenso a los infiernos.  Ya lo narraba David Bowie, tan anticipado como siempre, en el año 1972 con su álbum The Rise and Fall of Ziggy Stardust. Los ejemplos son múltiples: Britney Spears, Amy Winehouse, Elvis Presley, Lindsay Lohan, Kurt Cobain…

Si más cabe, no solamente se trata de un juicio de valor o de un espectáculo paralelo. La narrativa se extiende hasta el legado musical y audiovisual de Michael Jackson. Después de la publicación del documental Leaving Neverland en 2019,  muchas emisoras de radio y cadenas de televisión musicales se plantearon vetar el contenido de Jackson. En una suerte de caza de brujas o censura consensuada en la que se pretendía borrar lo imborrable: la influencia del Rey del Pop en el pop. Este suceso es extensible a otras figuras contemporáneas que están siendo condenadas por sus conductas personales. En las que, ante la incapacidad de separar la persona del artista, se cae en dictámenes moralistas que pretenden teñir de un halo túrbido todas sus aportaciones culturales.

Realmente, bajo estos preceptos tan radicales, sería mucho más prágmático hacer un llamamiento a todos los historiadores de arte del mundo. En este caso, deberíamos hacer una tría de qué autorías prevalecen alineadas con los valores contemporáneos. Si se advirtiese algún fragmento cuestionable en sus biografías, automáticamente vetarlos de todos los museos, archivos, bibliotecas e instituciones culturales. Va, por favor…

Mientras tanto, la Holy Terrace del Forest Lawn Memorial Park –el cementerio de las estrellas de Los Ángeles– permanece cerrada. Flores, ofrendas y memorabilia se acumulan en la puerta del edificio de la necrópolis. Por expreso deseo de la familia Jackson, por temor a que algún detractor vandalice la sepultura. Asegurándose de que, por fin, el Rey del Pop descanse en paz.

Fotografía tomada por fans el día de San Valentín del año 2013 en el cementerio Forest Lawn, frente a las puertas de la Holy Terrace, donde yacen los restos mortales de Michael Jackson. Los Ángeles, California.

Imagen de portada: Estación de tren del rancho Neverland Valley en Santa Barbara, California. John Roca/NY Daily News Archive via Getty Images.

Deixa un comentari